Las primeras liberaciones masivas de rehenes en manos del grupo Hamas constituyen un gran avance, pero difícilmente despejarán la trampa militar y política que encierra al territorio de Gaza, un espacio muy diferente a lo que hasta ahora se supone.
Este pacto de doble liberación de cautivos y presos, ha sido resultado de la gestión de EE.UU. y de la comunidad de inteligencia israelí que coinciden mucho más entre ellos que con el gobierno de Benjamín Netanyahu y el propio mandatario.
Hay dos datos relevantes a observar. El pacto no tuvo el aval de los aliados supremacistas de la coalición que sustenta al premier. Esos sectores rechazan cualquier alternativa fuera de la destrucción bélica del enclave detrás de la peligrosa fantasía de que el daño dispararía el éxodo de sus habitantes. Es decir, la instrumentación política de la guerra fuera de las razones que la provocaron.
La otra constatación es que el acuerdo, que impone una ventana de cuatro días de cese del fuego, acaba por garantizar mayor aire militar a Israel que a la banda fundamentalista cuya situación relativa es posible evaluarla a partir de la reducida ganancia que este pacto le brinda.
Los términos negociados obligan al grupo terrorista a devolver medio centenar de mujeres y niños, una parte sustantiva de los 240 rehenes que tomó en el sangriento asalto a dos docenas de kibutzim el 7 de octubre pasado con el saldo de más de 1.200 civiles vejados y asesinados.
A cambio, Israel liberará a 150 detenidos palestinos en sus prisiones y permitirá que 200 camiones con ayuda humanitaria ingresen al enclave cada día. Si esto funciona, a fin de mes se repetirá el procedimiento con otros 50 rehenes y 150 detenidos.
Aunque Hamas pronuncie este resultado como una victoria, es minúscula la contraparte de presos que dejarán las cárceles y regresarán a Gaza o Cisjordania. Son además mayoritariamente mujeres y adolescentes, no hay militantes de jerarquía. Pistas de debilidad y de urgencia por un alivio que improbablemente permanezca.
El canciller norteamericano Antony Blinken y el premier Benjamín Netanyahu. Foto AP
Solo recordemos que, en 2022, cuando se logró la devolución del soldado Gilad Shalit, prisionero de los fundamentalistas durante 5 años, se intercambiaron 1.027 presos por ese único hombre. Entre los liberados había 300 condenados a cadena perpetua y particularmente, Yahya Sinwar, el actual líder de Hamas y supuesto organizador del ataque alucinado del 7 de octubre.
En las cárceles de Israel hay alrededor de 10 mil prisioneros, muchos de ellos lejanos de cualquier cargo de terrorismo, críticos incluso de Hamas y nacionalistas como el legendario Marwan Barghouti, miembro del comité central del partido Fatah que gobierna Ramallah, enfrentado con la banda terrorista. Un líder cuya importancia ha ido creciendo entre las sombras del actual capítulo de la crisis de Oriente Medio y cuyo nombre conviene recordar.
Blinken a Israel
El acuerdo, que el canciller norteamericano Antony Blinken planea garantizar con un nuevo viaje a Israel la semana entrante, añade el compromiso de cesar los ataques aéreos durante cuatro días, pero solo en el Sur del territorio. En el Norte esa pausa se limitará a un breve lapso entre las 10 de la mañana y la 16, cada uno de esos cuatro días.
Israel, que aprovechará ese tiempo para recomponer su arsenal de bombas inteligentes (usó ya 2.500), no cederá en la ofensiva porque aún no es claro en absoluto que haya destruido la potencialidad de Hamas, según el argumento militar.
Pero interviene en esa actitud la posición beligerante de los socios ultramontanos en el gobierno que dieron los tres votos en contra de la tregua en el Gabinete de Seguridad. Esta ahí la razón de la extraordinaria e innecesaria montaña de muertos civiles en Gaza.
Esas formaciones, que aspiran a alcanzar el gobierno pleno del país en algún momento, acaban de recibir un fuerte aliento en ese sentido con la victoria aplastante en Países Bajos del xenófobo Geert Wilders, un fanático antiislámico que pretende prohibir el Corán y mudar la embajada Holandesa desde Tel Aviv a Jerusalén.
Posters de los chicos secuestrados. Foto AP
No por casualidad este dirigente es conocido como el Donald Trump holandés, el ex presidente norteamericano a quien admira y que también es favorito para recuperar el poder en EE.UU., Son todos parte de una legión de la llamada alt-right que se alinean con el Israel que representan esos partidos ultraderechistas pigmeos, centrales hoy para la sobrevivencia política de Netanyahu.
El mandatario funciona bajo esa presión de sus socios. Pero, adicionalmente, este pacto nace de la militancia de los familiares de los rehenes que se han movilizado por todo Israel y en el exterior en demanda de que la prioridad en este conflicto sea la liberación de los cautivos, por delante de la estrategia guerrera.
Washington concuerda con esa visiónn, además porque hay norteamericanos entre los secuestrados y su liberación aliviaría en cierta medida el castigo que las encuestas revelan contra el presidente Joe Bien por el formidable apoyo que le ha brindado a Israel.
De ahí que un tema asociado, es la intensa gestión de Blinken y del propio Biden a un cambio de la estrategia militar para reducir las bajas civiles y fortalecer la ayuda humanitaria, un combo destinado a intentar desactivar las protestas en el vecindario musulmán de Israel y en las capitales occidentales.
EE.UU., como ya hemos señalado en esta columna, apuesta a revivir una opción que enfurece tanto a los ultras que se han encaramado en el gobierno israelí, como a Hamas y su padrino iraní. Se trata de lasolución de dos Estados para crear un alternativa nacional palestina que gobierne Gaza y Cisjordania. Netanyahu dedicó su vida política a sabotear esa posibilidad. Un grave error cuya profundidad se agiganta al observar el verdadero trasfondo de este duelo.
Una encuesta del llamado Arab Barometer, una red de investigación en la cual participa el National Endowment for Democracy, veterana entidad fondeada por el Congreso de EE.UU.,determinó apena horas antes del inicio de esta guerra que los gazatíes mayoritariamente no respaldaban a Hamas y repudiaban la corrupción reinante.
Cerca de 80% reprochaba las enormes carencias durante los casi tres lustros de gobierno del grupo fundamentalista. Un total de 75% se quejaba de las dificultades para conseguir comida o dinero. Interesante: la mayoría culpaba de esa circunstancia al defectuoso gobierno de la organización y no a cuestiones externas, como el sitio al cual estaba sometido el enclave.
Gaza contra Hamas
Ese reproche mostraba un alza significativa desde el 51% que registró un sondeo anterior, en 2021. En un escenario electoral, el ex fundador y líder en el exilio de la banda terrorista, Ismail Haniyeh, obtendría solo 24% del voto. Tampoco lograría resultados aceptables el presidente palestino Mahmoud Abbas, muy desprestigiado.
Pero reaparece la figura fuerte de Barghouti con un respaldo superior al 32% en crecimiento. El sondeo también determinó que los gazatíes no aprueban la proclama fundacional de Hamas para destruir a Israel. La mayoría, 54%, respalda la solución de dos Estados y sube al 73% el apoyo a una salida pacífica no militar a la crisis crónica de Oriente Medio. Otro dato relevante: 69% rechaza cualquier posibilidad de abandonar su tierra.
Un ataque de Israel en Khan Younis. Foto EFE
En esos números también flota una explicación adicional, no la más importante, pero tampoco secundaria, del sentido que tuvo para Hamas el ataque en Israel. Ese golpe provocó la reacción militar del otro lado que recolocó en el centro de la atención el liderazgo de la banda terrorista, una maniobra de automartirio que ejerció numerosas veces en el pasado para avanzar sobre la Autoridad Palestina..
Estos datos pintaban una foto antes del ataque de Hamas y antes de la guerra y de la montaña de muertos civiles en una y otra vereda. No sabemos cuánto se ha perdido de esa imagen, pero la mayor enseñanza del sondeo es que revelaba que en la población del enclave había más socios que enemigos. Una realidad semejante sucede en los territorios ocupados de Cisjordania, también hoy en peligro de caer prisioneros de los extremismos de ambos lados.
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