Una democracia fortalecida

Celebramos hace poco cuatro décadas del restablecimiento de la democracia en el país, y paralelamente con ello nuestro alejamiento de cualquier golpe que quiebre su curso. Sin embargo, más de uno, y sobre todo quienes nacieron después de 1983, se preguntaron, siguiendo el discurso alfonsinista, si realmente es cierto que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Porque el balance de estos cuarenta años, exhibe con alguna excepción una degradación constante de la vida argentina, empujada a un descenso progresivo del bienestar general de la población.

Males concretos

La política puesta al servicio del interés personal y practicada como negocio, la corrupción y el saqueo de las arcas públicas, la pérdida de la cultura del trabajo (¿cuánto vamos a tardar en recuperarla?), así como también la desfiguración de los valores morales que deben inspirar a toda sociedad saludable, la apropiación del poder gubernamental como coto propio, son todos factores negativos, si se quiere omnipresentes en este recorrido de decadencia.

A lo que cabe añadir el incremento vertiginoso de la inseguridad: ya nadie puede estar a salvo en su casa ni en la vía pública a ninguna hora del día. El deterioro severo de la atención sanitaria (en hospitales de provincia de Buenos Aires no hay médicos en las guardias pediátricas). La horrorosa destrucción del peso. La escuálida creación de riqueza. Una de las dos inflaciones más altas del mundo. La no recompuesta pérdida de poder adquisitivo de sueldos y jubilaciones. El incremento de un declamado populismo que de manera siniestra ejercitó un sistema expulsivo que hizo resbalar por lo menos un escalón a todos los sectores del cuerpo social.

Y no sigo más. Este largo período, en definitiva, en su mirada global, como bien los explicaba Natalio Botana en “Clarín”, nos mostró un choque entre el andar formal del sistema, y la insatisfacción de las necesidades populares y comunitarias con las que debe estar alineado. Sebastián Sancari habla incluso de la “deuda social” de este ya largo lapso, y se refiere a alimentación, vivienda, educación, a lo que podríamos agregar desempleo, marginalidad, indigencia, “pobreza multidimensional”.

¿Qué pasó el domingo 19?

Llegamos así al balotaje, luego de asistir a una de las campañas más sucias, mentirosas, dispendiosas y amorales de nuestra historia electoral por parte del candidato oficialista. Toda la demagogia y falsa propaganda de Massa fue complementada por obsequios de plata (que por supuesto no salió de su bolsillo), descripciones del contrario destinadas a atemorizar, promesas halagüeñas, regalos de heladeras, lavarropas, no sé si televisores, todo dirigido a la conservación desesperada del poder mediante la captura entre engañosa y dineraria del voto de las grandes mayorías. Los encuestadores, con excepción de una profetisa mejicana, fueron cautos. Todos, expectantes, dudamos un poco del resultado. Y sin embargo, ¿qué ocurrió?

El pueblo argentino por amplio margen no se dejó estafar por dudosos caudillos, punteros y máquinas comiciales, desechó la seducción, mentiras y falsas promesas, y votó decididamente por el cambio y la apertura a nuevos horizontes.

Lo más notable de este gran mazazo cívico, es que no se lo puede identificar con ningún sector social. Porque los votos de Milei provinieron de manera absolutamente transversal de los estratos altos, medios, bajos y aun de los de más abajo.

Orientada por una limpia escala de valores, hubo conciencia en que Argentina necesita un cambio de raíz, que los dieciséis años de kirchnerismo no podían sucederse más. Y esta conducta de quienes sufragaron así, nos arrojó un ejemplo de dignidad nacional individual y colectiva, que pese a pronósticos contrarios, nos trajo adonde estamos ahora.

A Milei lo eligieron los pobres, los “cabecitas”, nuestra clase media, una inmensa legión de jóvenes, la gente de arriba de la pirámide. Este verdadero fenómeno, nos debe hacer repensar que a partir de cualidades que anidan en nuestra comunidad la regeneración de la democracia en el país es posible.

Fortalecidos por el acto formidable del 19 de Diciembre, tal vez en un futuro no muy lejano podamos pensar en hacer realidad los postulados de Lincoln. Ortega explicaba que no hay que pensar “no hay hombres”, sino que lo correcto es decir “no hay masas”, ya que el pueblo es el autor de sus dirigentes. En nuestra coyuntura, como quedó demostrado, las masas, valientes, de lúcida intuición, están.

Carlos Ernesto Ure es ex legislador de la CABA, Partido Demócrata

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