Elogio del sentido

Que el mundo tenga sentido es una cuestión de fe, pero también de esperanza. “El hombre es el animal que cuenta historias”, afirmaba Heidegger con gravedad poética, no quien encuentra sentido al mundo y procede a narrarlo dando cuenta de él, sino quien lo descubre narrando y en esa alquimia feliz de palabras y silencios que son los relatos.

Relatar es, pues, el modo genuinamente humano de vislumbrar que todo cuanto ocurre posee un significado, por incomprensible que nos resulte en tantas ocasiones, y que ese significado puede ser apropiado subjetivamente, que eso es el sentido, la apropiación subjetiva del significado de algo o alguien.

En este contexto, a-propiar no es sinónimo de poseer sino de hacerlo propio, aventurar que lo otro y el otro a la medida del yo pueden, en cierta manera, y también por medio del relato, poner a lo otro y al otro sobre la pista de sí mismos y su cumplimiento, y a salvo de todo lo que uno no es.

“Llega a ser el que eres”, exclamaba el poeta griego Píndaro, alcanza tu mejor yo, conquista tu proyecto…, son todas admoniciones que solo poseen sentido en un universo que también lo tiene y del que podemos dar cuenta dándonos cuenta, y del que al mismo tiempo podemos dar cuento, esto es, narrar.

En el fondo, poner en palabras no es sino hacer siempre la propuesta confiada de un mundo y su orden, su medida, su valía, y de todo cuanto en ese mundo se estima, afirma y espera, incluso cuando pudiera presentarse como una impugnación de ese orden por la vía de lo que lo quiebra y desbarata, básicamente el dolor y la muerte, pues, como bien señalaba Isak Dinesen, “todas las penas pueden soportarse si somos capaces de contar una historia acerca de ellas”.

Relatar es confiar en que, tarde o temprano, y a veces más temprano que tarde, el sentido comparece, aun entre sombras, en tierra de penumbras, incluso en tinieblas, como un atisbo de luz y esperanza, como una fianza general en que lo que se nos da puede ser interpretado de modos en los que resuene la comprensión, lo que significa -antes que todo lo demás- una apuesta arriesgada a cuanto precede a la comprensión: la aceptación de que lo que es, es, y guarda señales y avisos a la espera de ser desvelados.

Desde luego que podría objetarse a todo lo anterior que hay realidades en las que resulta imposible encontrar ni una semilla de sentido, y del mismo modo podría responderse a la objeción relatando que la obra de Viktor Frankl El hombre en busca de sentido fue publicada por el autor en 1945, tras haber sobrevivido a tres campos de concentración nazis, en los que fueron asesinados su esposa, Tilly, sus padres y sus hermanos, y que en ella nos regala una de las citas más luminosas de la historia del pensamiento: “quien tiene un porqué para vivir, puede soportar cualquier cómo”.

Ahora bien, y en contra de las apariencias, que a veces engañan y en ocasiones aciertan, que el mundo tenga sentido es una cuestión de fe, pero también de ilusionada esperanza, es apostar como en un salto a que lo tenga, y a que podremos desvelarlo y crearlo a un tiempo, aun a sabiendas de que podría no tenerlo y de que -ante eso- cabe hacer de todo menos desesperar y dejar de contar-nos historias. Que es lo que de verdad cuenta.

Carlos Álvarez Teijeiro es Profesor de Ética de la comunicación, Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

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