Enrique Szewach: «El fracaso de la política nos deja en el peor de los mundos»
Enrique Szewach: “El fracaso de la política nos deja en el peor de los mundos”
Siempre recuerdo que lo primero que enseñaba Will Ury en el programa de negociación de Harvard era aprender a separar “posiciones” de “intereses”. Lo ejemplificaba con el caso de una madre que al ver pelear a sus hijas por una naranja la partía y entregaba una mitad a cada una. Pero sucede que, si hubiera indagado en los verdaderos intereses de sus hijas, hubiera sabido que una quería la naranja para hacer dulce y la otra para comer, de manera que la solución óptima hubiera sido darle la cáscara a una y la naranja pelada entera a la otra.
Desde otra óptica, algo en la misma línea sugiere Chris Voss, ex jefe de negociadores en casos de tomas de rehenes del FBI, en su libro “Nunca dividas la diferencia”. Como se imaginarán, traigo a colación estas referencias a partir del fallido derrotero de la llamada Ley Ómnibus en el Congreso. A propósito de referencias, el amigo Voss define una negociación como “comunicación con resultados”.
Haciendo una síntesis libre entre ambos expertos, podríamos decir que la comunicación entre el Ejecutivo, la bancada oficial, las bancadas amigas y los gobernadores fracasó en distinguir posiciones de intereses y, por lo tanto, no obtuvo resultados.
¿Cuáles son los intereses detrás de las posiciones? Sin información directa, arriesgo.
El presidente Milei tiene tres objetivos:
1) Conseguir un paquete impositivo que le permita reemplazar la magnitud del impuesto inflacionario, en el ajuste fiscal. En jerga, cambiar la licuadora por impuestos genuinos y una parte de la motosierra que, entiendo, también requiere una ley, o facultades delegadas, como el manejo de los fondos fiduciarios.
2) Lograr la delegación de poderes para aplicar su programa “libertario” sin tener que volver al Congreso con cada punto, al menos durante este año y poder así atacar curros, quintas y demás “anomalidades” burocráticas, con reformas al sector público.
3) Simbólicamente, mostrar que tiene gobernabilidad y capacidad de imponer un profundo cambio de régimen. Podría agregar un cambio con irreversibilidad, pero dados los antecedentes de una Argentina que privatiza y reestatiza con los mismos personajes y argumentos, en la Argentina la irreversibilidad depende más de los resultados que de las instituciones.
Los gobernadores y las bancadas amigas, por su parte, también tienen tres objetivos:
1) Recuperar los ingresos fiscales que perdieron cuando el peronismo, el kirchnerismo y LLA desarmaron el impuesto a las Ganancias de la cuarta categoría.
2) Quitar de la ley y evitar que se metan por la ventana de la delegación de poderes, algunos temas conflictivos para algunos sectores de actividad que predominan en sus provincias. (con lobbies genuinos o no tanto).
3) No aparecer ante la opinión pública como los “malos” de la película, votando junto al kirchnerismo y la izquierda.
Si estos fueran efectivamente los intereses, los términos de la negociación quedarían claros.
El Presidente debería resignar algunos de sus superpoderes y cambios de régimen menos importantes, reintroduciendo un paquete fiscal que, incluyendo el impuesto a los ingresos personales, le permita al gobierno nacional no abusar de la recesión y la licuación como mecanismo de “estabilización”, mientras los gobernadores recuperan fondos coparticipables. Y los gobernadores, cederle al Presidente la capacidad de avanzar en los cambios estructurales que propone, con las mínimas limitaciones sectoriales, dado que la Argentina necesita ese cambio de régimen profundo, después de dos décadas de destrucción y estancamiento.
Incluyendo la reforma en las relaciones laborales y acordar para las sesiones ordinarias un diseño integral del régimen impositivo y un pacto fiscal Nación- Provincias, en serio, que empiece a dejar espacio para la generación de inversión y empleo privado.
Insisto, si esto fuera como lo describo, dejando de lado posiciones extremas, un acuerdo no luce tan complicado. Sin embargo, y por ese predominio de las posiciones y la falta de voluntad de negociación, estamos ante un “chicken game”.
El Presidente prefiere poner en riesgo el respaldo popular a su programa macro, haciendo el ajuste menos soportable con más recesión y licuación para cerrar las cuentas públicas, a la espera de que los gobernadores “se rindan” por la falta de fondos. Bajo el lema “no negocio con la casta, me corren el arco todo el tiempo” (dicho sea de paso, agrego yo, como le hacían al presidente Macri, al que no sólo le corrían el arco, sino que, a cambio de gobernabilidad le sacaban fondos permanentemente, vaciando esa gobernabilidad en los hechos).
Y del otro lado los gobernadores y las bancadas amigas, apuestan a poder “culpar” a la intransigencia del Presidente por el ajuste interno de sus provincias, y a “trabar” el programa libertario, obligando al Presidente a negociar, y a aflojar, dado su necesidad de una reforma impositiva que no puede eludir al Congreso, bajo el lema, “es un autoritario, quiere todo o nada, escudado en que es el dueño de los votos”.
Y esperando el desenlace de este conflicto, estamos el resto de los argentinos que votamos, en la primera vuelta electoral, mayoritariamente por un cambio de régimen. En este contexto, el fracaso de la política nos deja en el peor de los mundos.
Sin un paquete impositivo, o gran parte de él, el blanqueo laboral y otras reformas en las relaciones laborales, estamos frente a un ajuste más profundo y menos creíble respecto de su sostenibilidad. Y cuanto menos creíble sea el ajuste fiscal, mayor recesión. Y, cuanto menos resultados de corto plazo, menos posibilidades de imponer reformas de fondo por DNU, y más incertidumbre en el sector privado para la toma de decisiones de inversión.
Estamos tan olvidados, que resulta imprescindible recordar que el ahorro público que trata de imponer el gobierno, tanto en el nivel nacional, como provincial, tiene que ser compensado por el “desahorro privado” para que la economía modifique su tendencia decadente.
Postergando una negociación política seria, que va más allá de la ley Omnibus, todo se hará más cuesta arriba. Termino con la cuestión central que son los resultados de corto plazo.
Por ahora, la desinflación se basa en la recesión, en el diferimiento, en algunos casos por razones regulatorias, de incrementos de tarifas y otros precios, y en una política cambiaria que genera dudas sobre su posible continuidad. Una cosa es la caída del tipo de cambio real por las buenas razones, ingreso de capitales para invertir, y otra cosa es usar el ajuste de un tipo de cambio “desequilibrado” como instrumento antiinflacionario.
Tampoco hay que confundir la reducción del Balance del Banco Central, con la mejora de su patrimonio neto. Respecto, entonces de la tasa de inflación, en los próximos meses se van a enfrentar dos vectores, la desinflación por ajuste y recesión, con la inflación por cambio de precios relativos. (¿Incluido el tipo de cambio?).
¿Qué vector prevalecerá? Ya lo sabe, ese es…otro precio.
Comments are closed.