China y las sanciones occidentales a Rusia

Rusia parece resistir el embate de las sanciones occidentales y su economía aguanta mucho mejor de lo esperado. El Fondo Monetario Internacional pronostica un crecimiento del 2,6% para este 2024. Recientemente, Vladímir Putin se jactaba de ello: “a diferencia de lo que sucede en Occidente, nuestra economía está creciendo”. Por tanto, ¿ha logrado anular Rusia el efecto de las sanciones occidentales? ¿Y qué papel puede estar jugando China en ello?

Una premisa importante, aunque frecuentemente ignorada, es la percepción distinta sobre la esencia y objetivos de las sanciones. Desde la óptica occidental, se suelen entender como una suerte de “reprimenda dura, pero no destructiva” de la “comunidad internacional” que busca reconvenir a quien actúa indebidamente. Además, se conciben como una alternativa al uso de la fuerza y, en consecuencia, no propician una escalada, sino que, pese a las tensiones, contribuye a evitarla.

En claro contraste, desde la óptica rusa las sanciones son un reflejo de la ilegitima y peligrosa posición de preeminencia global que se arroga Occidente, incluido su control de los mecanismos financieros internacionales. Rusia rechaza de plano la premisa de que EEUU y sus aliados tengan derecho a “reconvenir a Rusia”.

Pero el choque de percepciones es aún peor por cuanto Moscú considera las sanciones como una medida escalatoria dentro de un marco de guerra económica que conduce, de no ser revertido, a una probable confrontación bélica.

El fracaso inicial de la denominada “operación militar especial” –esto es, el asalto concebido para una rápida toma del poder en Kiev, rendición ucraniana y golpe audaz al orden geopolítico de la posguerra fría europea– ha obligado a Rusia a poner su economía en modo de guerra total. Así, de la mano del viejo eslogan soviético de “todo para el frente, todo para victoria”, se estima que más de un tercio del presupuesto nacional se destina ahora al esfuerzo de guerra. Un presupuesto sostenido por el aumento de la exportación de petróleo y gas.

Ahí, el impacto de las sanciones occidentales queda mitigado tanto por las grietas técnicas de su arquitectura como por la frecuentemente débil voluntad política para aplicarlas de forma rigurosa. Así, por ejemplo, la mayor parte de bancos rusos siguen conectados al sistema SWIFT y países como España importan más gas natural ruso que nunca antes, aunque camuflado por distintos intermediarios.

A eso cabe añadir que China, India y buena parte del denominado Sur Global –con un papel destacado de las principales economías latinoamericanas– no se ha sumado a las sanciones occidentales y, en última instancia, comparte la visión rusa sobre su ilegitimidad. Además, Moscú lleva más de una década preparándose para este entorno y junto con Caracas y Teherán -también sometidas a fuertes sanciones- han articulado todo un entramado paralelo y opaco que permite sortearlas.

Las sanciones sí tienen un impacto muy importante en sectores civiles clave y de alto valor tecnológico como, por ejemplo, la aviación civil. Pese a la opacidad oficial, los indicios apuntan a una contracción de la actividad económica en todos los sectores no directamente involucrados en la guerra. Ello preocupa a algunos economistas rusos que consideran insostenible ese volumen de gasto público si se contrae la actividad económica civil.

China ha sido un asidero estratégico fundamental para Rusia en estos dos años de guerra. Por un lado, ofreciendo un balón de oxígeno a la economía rusa. Así, el comercio bilateral en 2023 alcanzó los 240.000 millones de dólares, un 25% más que en 2022, que ya había marcado un récord histórico. Además, ese comercio se realiza crecientemente en rublos y yuanes. Tanto Pekín como Moscú aspiran a reducir su exposición al dólar, precisamente para ser menos vulnerables frente a posibles sanciones, aunque de momento no han conseguido avances significativos pese al ruido generado a cuenta de la desdolarización.

Por otro lado, China ofrece respaldo diplomático y moviliza al Sur Global hacia las tesis de Moscú. Hasta la fecha, China mantiene una calculada ambigüedad con su respaldo genérico al principio de respeto de la integridad territorial, al tiempo que justifica y comprende las razones de Moscú. Pekín despliega, también, una cautela muy medida para ayudar al sostenimiento económico de Rusia, evitando el impacto de las sanciones occidentales en su economía pero sin proveer ayuda militar directa a Rusia.

Con todo, es poco probable que el suministro masivo de municiones de artillería norcoreana a Rusia se haya producido sin la aquiescencia de Pekín, quien tiene un fuerte ascendente sobre Pyongyang. Y, probablemente, China ve con simpatía el refuerzo de la cooperación militar entre Teherán y Moscú.

Todo lo que prevenga una derrota estratégica de Rusia contribuye al alumbramiento de ese mundo multipolar por el que abogan Pekín y Moscú. El campo de batalla está en Ucrania, pero la partida y ambiciones de Rusia y China son globales.

Nicolás de Pedro es Senior Fellow en el Institute for Statecraft de Londres y colaborador del proyecto Análisis Sínico en www.cadal.org

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