¿Somos los jóvenes quienes debemos salvar a la Argentina?

“Los jóvenes son el futuro del país”, gran frase que aparece cada vez con más frecuencia como una suerte de “permiso” para los adultos pueden dar un paso al costado y seamos los jóvenes quienes pasemos a la primera línea de batalla. Nos ponen la pesada armadura de la búsqueda de soluciones y nos lanzan al campo de la incertidumbre para que luchemos mano a mano con el enemigo: la crisis en Argentina.

Ante estas circunstancias, hay distintas respuestas por parte de la juventud. Muchos que se niegan a pelear, y se retiran de la guerra hacia el viejo mundo buscando nuevas oportunidades, esperando que otros se encarguen. La patria vale menos que la ciudadanía europea, la estabilidad económica vale más que los afectos, vivir en un mundo donde todo parece funcionar es más sencillo que construir la propia nación.

En este punto, lo que peligra es la ciudadanía entendida, por un lado, como la dimensión política del ejercicio de los derechos y obligaciones donde todos estamos llamados a construir un país mejor (y no solo unos pocos que llegan a los altos cargos); y, por otro, como la dimensión comunitaria de la identidad nacional, haciendo patria a través de los valores en la búsqueda del bien común por encima del bien individual.

Otros deciden quedarse. Y entre ellos hay muchos no tienen un trabajo estable o que les alcance para independizarse. Se sostienen vínculos donde la dependencia emocional es moneda corriente y los sueños quedan relegados porque el corto plazo es demasiado cambiante. Miramos alrededor y sentimos que este país incendiado nos aplasta.

¿Los jóvenes somos el futuro del país? Puede ser. Pero ¿cómo vamos a hacernos cargo de una nación si ni siquiera somos dueños de nosotros mismos? La crisis va mucho más allá de lo político, económico e institucional. Hay una crisis personal que traspasa toda nuestra existencia. La plata va y viene, pero la salud mental y vincular no. El anhelo de amar y sentirnos amados nos reclama desde lo profundo de nuestro corazón. Postergar los sueños nos rompe. ¿Qué es de un futuro sin amor y sin metas alcanzadas?

El pedagogo español Gerardo Castillo Ceballos nos interpela a vivir una vida que valga la pena ser vivida y esto implica la tarea de hacernos a nosotros mismos mientras transitamos nuestra existencia. Somos seres abiertos e inacabados con capacidad de elegir un camino y escribir nuestra propia biografía.

Aunque las circunstancias no ayuden y sintamos que cada día perdemos más libertad, no podemos olvidarnos que, a pesar de que la libertad de arbitrio es limitada, contamos con una libertad de sentido, la libertad para -como la define Víctor Frankl- que no es condicionada. Es la capacidad de elegir qué quiero hacer a pesar de las circunstancias, cuál va a ser la actitud que voy a tomar. Y eso es tan propio, tan nuestro que nadie nos lo puede arrebatar. Ahí radica la ilusión que es “el envoltorio de la felicidad”. Cuando entendemos esto, podemos empezar a hacernos cargo de nuestro propio proyecto personal, que no es más que dar respuesta a los anhelos más profundos del corazón.

¿Cuál será el argumento de nuestra vida? Ese hilo conductor que guiará nuestra existencia y atravesará todas las dimensiones de ella: trabajo, amor y cultura. Con el afán de crecer y llegar a ser nuestra mejor versión.

En esta sociedad donde las decepciones crecen como la cizaña, debemos ser trigo fuerte que no se deje ahogar. No se trata de ser los superhéroes de la Argentina, sino los superhéroes de nosotros mismos.

¿Estamos dispuestos a hacernos cargo de nuestra propia vida? ¿Estamos dispuestos a que nuestro futuro sea el futuro de nuestro país?

Nos dejemos que nos amedrenten, trabajemos en nuestra propia vida, en proyectos personales grandes que nos ilusionen, que nos hagan mejores para poder construir una patria de la que estemos orgullosos, desde nuestro trabajo diario, desde nuestras relaciones con otros y nuestro crecimiento personal.

Consuelo Díaz Guiñazú es profesora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral.

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