Edith Bruck, sobre la crueldad sin límites
Edith Bruck, sobre la crueldad sin límites
“Me quedo atónita ante el plan ofuscado y frío de Hamás. Solo he visto cosas similares durante el nazismo”. Las palabras son de Edith Bruck, la poeta judía, de origen húngaro, residente en Italia. A sus 92 años tiene la suficiente autoridad, sabiduría y experiencia para contarlo: atravesó los pogromos antisemitas en su niñez y enseguida, el Holocausto, con la pérdida de sus padres y casi toda su familia.
Testimonios
“Hace mucho tiempo, había una niña que, al sol de la primavera, con unas trenzas rubias que se balanceaban, corría descalza sobre el polvo tibio…” iniciaba, a la manera de memorias, en “El pan perdido”, su libro más reciente donde recuerda la Shoa. Pero aquel dejo romántico no tendría nada que ver con lo que vendría después, la brutalidad inhumana del nazismo.
“Es inimaginable lo que he visto, de lo que es capaz un solo hombre. Por supuesto, me refiero a la Segunda Guerra Mundial: estuve en Auschwitz, sobreviví -no sé cómo, tal vez de milagro-, pero lo que vi nunca se podrá contar del todo. Lo que un ser humano es capaz de hacer contra otro ser humano es algo que siempre, dondequiera que haya guerra, me ha ofendido y de alguna manera herido. Porque el hombre no mejora sino que vuelve a empezar, y no aprende de sus propias fechorías, de sus propias monstruosidades que hace hoy e hizo ayer y seguramente hará mañana", escribió.
Una simple aldea
Nació en 1931 como Edith Steinschreiber en una aldea húngara –vecina a Ucrania- llamada Tiszabercel. Capturada toda su familia por los nazis en 1944, sólo sobrevivieron ella y una hermana, que terminaría en la Argentina. Edith sobrevivió a los más tenebrosos campos –Auschwitz, Dachau y Bergen-Belsen- hasta que llegó la liberación: “Un universo de cenizas, hambre, piojos, miedo y enfermedad y viajes interminables entre los campos, convertidos en marchas infinitas, con cadáveres sembrados, el frío, el hielo y los continuos golpes” fue la síntesis de aquellos años en un ghetto primero, en los campos después.
Huérfana, peregrinó por Hungría y Checoslovaquia, hasta que finalmente consiguió refugió en el emergente estado de Israel (de uno de sus tres matrimonios y tres divorcios le quedó su apellido hasta hoy). En 1954 se estableció en Italia y se casó con el poeta y cineasta Nelo Risi.
Opera prima
“Chi ti ama cosi” (Quien así te ama) en 1959 fue su primera obra y desde entonces se dedicó a mantener viva la memoria de aquella tragedia. Contó su detención y la deportación, pero también lo sucedió en tiempos previos con las oleadas antisemitas.
Recorrió escuelas, escribió columnas en los principales medios italianos, asistió a los foros, brindó conferencias. “Quería darle voz al silencio de los miles de personas a quienes vi morir en los campos”, sostuvo. Y a enfrentar las tendencias negacionistas o a los escépticos. Su recorrida la hermanó con Primo Levi.
“Desde que me liberaron, no estuve callada ni un solo día: he escrito, he hablado mucho con los jóvenes en las escuelas, universidades. Lo hago por mejorar algo mínimamente, por poder hacer algo, aunque sea poco, con la presunción en absoluto inútil de que se puede cambiar a 10, 20 o 30 personas, no importa a cuantas”, dijo.
El gobierno de Italia la condecoró con la Gran Cruz del Mérito, el Papa la visitó en su casa de Roma y el año pasado, al producirse la criminal invasión de Putin a Ucrania, Bruck retomó sus denuncias: “Cuanto más mata el hombre, más, en cierta medida, muere por dentro, lentamente".
Hamas, como los nazis
“No hay palabras que puedan expresar todo el dolor que hemos vivido, que estamos viviendo y que viviremos también mañana. Las palabras que tenemos parecen vacías. Estoy tan indignada que las palabras ahogan”, le dijo ahora al diario El País.
Lo sucedido el sábado 7 en los kibutz y pueblos israelíes, le retrajo los peores recuerdos: “En Auschwitz vi a soldados alemanes jugar al fútbol con la cabeza decapitada de un niño. Es la visión más horrible que nunca he experimentado y que me perturbó durante un año de encarcelamiento (…) Soy judía, defiendo a Israel y me duele enormemente la masacre cometida por Hamás, mujeres asesinadas, es algo espantoso, una barbarie”.
Pero también teme por lo que viene y por la venganza: “Es como si el mundo estuviera explotando. No es posible. La venganza, la revancha, no sirven de nada, solo empeoran la situación. Con odio no se resuelve nada”. Y sobre la guerra en curso, lamenta que no se haya alcanzado el perdón.
“El odio se ha multiplicado, en 80 años han crecido al menos ocho generaciones, siempre cultivando el odio, que ya se ha convertido en veneno. No confío en que pueda resolverse. Es muy difícil que se produzca un acercamiento, que se entable un diálogo. Tanto árabes como israelíes judíos han tenido todo el tiempo del mundo para firmar definitivamente cualquier tipo de acuerdo de convivencia y paz, incluso mínimo, pero lo han aplazado y aplazado en estos años. No hay manera de salir de ese conflicto. El odio está muy arraigado”.
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