Tu sonrisa como bandera

De los cuatro hijos de mis padres, yo era la que pintaba para vivir en singular. Tímida y nerd en la adolescencia, lo pasaba mejor sola, entre libros y escribiendo, que acompañada. Pero el amor tenía otros planes.

Acabo de celebrar 22 años de un matrimonio feliz; “bodas de cobre”, las llaman y al explicar el apelativo la sabiduría popular incide en valores como la lealtad y la templanza. Están, pero me quedo con lo que sigue encendido: la alegría y las ganas de estar juntos.

Me gustan las historias de matrimonios. No sólo la indagación de lo que une a dos personas (sabemos de flechazos) sino ese patchwork de complicidades, persistencias y hallazgos que las mantiene unidas, lo que hace que continúen eligiéndose (o no). En esa línea van novelas que he disfrutado últimamente; tratan de parejas y del modo en que cambian las relaciones con la experiencia.

Una separación, de Katie Kitamura empieza cuando la narradora viaja a Grecia siguiendo los pasos de su marido (un seductor empedernido, inhallable por teléfono durante días), a pedido de su suegra, que ignora sus desavenencias. Vuela a pedirle el divorcio, convencida de que todo lo que fundó los 5 años de su vida en común ha terminado. La desaparición de él la afincará en la impostura de llorar una ausencia que no lamenta.

La edad del desconsuelo, de Jane Smiley se cuenta desde el varón del par. Ambos son odontólogos, llevan 15 años de casados, tienen dos hijos y a él se le ha ocurrido, por minucias que interpreta como un oráculo el vuelo de los pájaros, que ella tiene un amante. El giro magistral de Smiley es el conflicto que le endilga al marido, que hará cualquier cosa para evitar que su mujer le revele el affaire.

En Lucy y el mar, una ficción ambientada en la pandemia, Elizabeth Strout retoma a su personaje fetiche: Lucy Barton, escritora exitosa, casada en varias ocasiones y viuda reciente. Lucy reencontrará a William, exmarido y padre de sus hijas ya adultas. El encierro forzoso y el dolor habilitarán franquezas entre viejos conocidos totalmente distintos.

Vivir con otro es misterioso y excitante, más allá de la literatura. Han pasado 22 años (23 desde que estamos juntos). ¿Cómo fue? Física y química, el mundo privado que construimos nos ha animado siempre a soñar futuro. Drexler lo canta mejor: “Yo llevo tu sonrisa como bandera/ y que sea lo que sea”.

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