Una transición compleja en el abordaje de los desequilibrios macroeconómicos
Terminado el proceso electoral, Javier Milei será el encargado de administrar el Poder Ejecutivo durante los próximos 4 años. Es de esperar que, en la etapa de transición que hoy comienza, el gobierno electo ejerza presión para intentar forzar a la administración saliente a asumir parte del ajuste necesario, la cual simultáneamente intentará evitarlo por todos los medios.
Llegado el 10 de diciembre, no queda claro cuál sería el programa de gobierno dada las pocas especificaciones sobre el mismo, como así también sobre el equipo que lo acompañe. A la hora de intentar desentrañar su política económica sirve tener una clara idea del punto de partida, fortalezas y debilidades, ya que condicionará el accionar del gobierno electo.
Entre las fortalezas se puede mencionar el desequilibrio externo relativamente reducido en comparación con los países de la región e incluso economías avanzadas, lo cual implica que el país no necesita un ajuste del gasto agregado. Esta fortaleza no es resultado de la prudencia sino de la falta de financiamiento externo.
El desequilibrio externo es el resultado del accionar conjunto del sector público y del privado. La situación fiscal argentina es endémicamente deficitaria, sin embargo, el nivel de desequilibrio actual no es excesivamente elevado “gracias” a la aceleración de la tasa de inflación que licua el gasto en términos reales a la vez que engrosa los ingresos e incrementa la demanda nominal de dinero.
Cada vez que el fisco registra un déficit, el nivel de deuda pública crece irremediablemente. No obstante, el nivel de endeudamiento equivaldría a 75% del PIB, estando un tercio en manos de privados. De esta, solo 5.000 millones de dólares de vencimientos en 2024 no estarían en poder instituciones financieras o compañías de seguro, proclives a refinanciar.
Ahora bien, la contraparte del permanente déficit fiscal es el superávit privado producto de la constante salida de capitales la que explica la acumulación de activos externos por el equivalente a casi un PBI.
Estos, además de resultar una potencial fuente de financiamiento a la inversión en la medida que los argentinos percibamos una atractiva tasa de retorno ajustada por riesgo, hacen de Argentina un país acreedor neto del resto del mundo.
A las anteriores fortalezas se le debe agregar que, en la medida que el clima y los recursos naturales acompañen, veremos mejoras en los niveles de actividad del agro y vinculadas, mayores exportaciones y menores importaciones mejorando tanto las cuentas externas como las cuentas públicas.
Entre las debilidades podemos comenzar por la importante distorsión de precios relativos. Para volver a la relación de precios regulados contra el IPC núcleo de 2018, sería necesario un ajuste de casi el 70% en los primeros suponiendo no hubiera inflación. En caso de que la inflación núcleo fuera 150%, el ajuste de precios regulados debiera superar el 300% para lograr el mismo objetivo.
Al mismo tiempo,existe la percepción de los diferentes agentes económicos que su precio relativo es el retrasado y que debiera volver al máximo alcanzado en los últimos años, algo imposible dada la riqueza que genera el país.
Entre los precios retrasados se encuentra el tipo de cambio, sin embargo, el ajuste necesario es inferior al imaginado. Desde el punto de vista de “competitividad” el tipo de cambio sería claramente inferior al de los mercados financieros si analizamos lo ocurrido con los costos laborales unitarios locales versus los globales y la evolución de los términos del intercambio.
Al mismo tiempo, cualquier intento por reducir la tasa de inflación enfrentará los desafíos de una economía que presenta más de la mitad del gasto público nacional y parte de la deuda pública indexada.
A la escasez de divisas que presenta el Banco Central se suma la deuda con importadores, junto con los vencimientos de los pagos del préstamo con el FMI correspondientes al incumplido acuerdo.
Finalmente, el nivel de reservas negativas, la brecha cambiaria, los niveles de inflación y el ritmo de crecimiento de la misma, más las incertidumbres, se traducen en un muy bajo nivel de demanda de activos locales, lo que restringe el plazo para intentar revertir la crisis de confianza que sufre el país.
Ante este panorama se pueden esgrimir dos alternativas teóricas. La primera, pensar en la dolarización de la economía como la que fue su carta de presentación, la segunda reconocer las fortalezas y debilidades e intentar llevar a cabo un programa realizable.
Si bien la dolarización eliminaría de cuajo la inflación –Argentina experimentó deflación en dólares durante los últimos 12 meses- lo primero que se necesita para avanzar en la misma son divisas, algo que hoy el banco central no tiene.
Incluso bajo el supuesto de que pudiera conseguir 40.000 millones de dólares, la conversión se podría realizar a un tipo de cambio sensiblemente superior al actual lo que provocaría un importante salto inflacionario, generando series dudas sobre su viabilidad política y social.
La segunda alternativa debiera instaurar un esquema cambiario transitorio hasta lograr recomponer las reservas del Banco Central y revertir la deteriorada demanda de activos en pesos, de manera de finalizar en un mercado único y libre de cambios, condición necesaria para revertir la década de estancamiento que experimenta el país.
El éxito de este esquema radicará en la inexistencia de pesos excedentes en la economía, para lo cual resultará primordial la austeridad fiscal y la prudencia monetaria. Una vez superado este primer desafío será el momento de pensar en las llamadas reformas de segunda generación que busquen perpetuar la senda de la racionalidad.
Fernando Marengo es economista. Socio-Economista Jefe BlackTORO Global Investments
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