Milei, entre la alternancia y la pendularidad

La calidad de una democracia se mide por su capacidad de lograr una alternancia en el poder que permita la rotación de grupos, partidos y equipos con diferentes ideas y conjuntos de intereses, sin que ello suponga que quien llega al gobierno haga tabla rasa con todo lo que hizo la administración precedente.

Es la diferencia entre alternancia y pendularidad. La alternancia supone evolución y aprendizaje, capacidad de corregir los errores y discernir las causas de los fracasos, ajenos y propios. La pendularidad supone repetición y reincidencia en los errores y fracasos. Es la alternancia en el poder lo que permite la continuidad de políticas de Estado. Y la permanencia prolongada en el poder la que conspira contra ese propósito.

En nuestra historia, vivimos ciclos pendulares que terminaban en golpes de Estado y crisis de legitimidad de gobiernos de distinto signo. La democracia, en estos cuarenta años, hizo posible lo que nunca antes habíamos podido lograr: que la alternancia en el poder fuera delineando continuidades que trascendieran a los gobiernos.

Sin embargo, distintos factores y razones hicieron que cada alternancia (tuvimos cinco desde 1983) fuera tomada por sus protagonistas como un punto de ruptura o cambio drástico de rumbo, una pretensión refundacional que, a la corta o a la larga, terminó socavando su propia legitimidad y recorriendo un camino de regreso a los ciclos pendulares.

La democracia acaso se pueda ver fortalecida por la novedad que representa la llegada a la presidencia de Javier Milei, incorporando a una tradición política de nuestra historia que se creía superada y que los fracasos de las otras terminaron por recrear: la de una derecha que en sus distintas expresiones -nacionalista, liberal o conservadora-, se asoció en el pasado a los gobiernos dictatoriales y regímenes impuestos por la fuerza y hoy llega al gobierno por el voto popular, expresión del voto joven y de la mano de un outsider surgido de las pantallas de televisión y las redes sociales. Al cabo de este fin de ciclo, propone “terminar con cien años de decadencia”, volviendo a la Constitución del ’53 y las ideas de Alberdi.

Queda por verse que esta novedad, que representa una extensión de las fronteras del sistema democrático, no suponga también una nueva pendularidad entre dos formas de populismo -llamémoslo “de izquierda” o “de derecha”-, o la reedición en su interior de la guerra civil larvada que trazó en el pasado grietas tanto o más profundas y dramáticas que las padecidas durante la última década y media.

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