Sánchez adopta el manual kirchnerista que los argentinos han repudiado en las urnas.
Pocos días antes de que Sergio Massa protagonizara una de las peores derrotas del peronismo en toda su historia, Pedro Sánchez le enviaba un caluroso saludo y su compinche apoyo. No estaba solo el mandatario español, un desfile de presidentes y expresidentes adherentes al Foro de San Pablo, políticos de la progresía internacional y premios Nobel, de esos que han arruinado el prestigio de la condecoración, clamaban por la victoria del peronista. La jerarquía de la izquierda mundial miraba con atención lo que pasaba en el remoto país sudamericano y advertían a los argentinos, con el dedo índice en alto: «La democracia es sobre todo un camino, y lo urgente ahora es defender lo que ya hemos andado». Y no se equivocaban, porque lo que este conglomerado «ha andado» es la prolongada construcción de un relato, de una cosmogonía legitimadora de su imperio ideológico. Un imperio que hoy tiene pies de barro, pero que les trajo pingües beneficios.
Sergio Massa hizo un estropicio descomunal en el año y medio que reinó de facto en Argentina, corriendo de la escena al presidente Fernández que ya había hecho un gobierno desastroso. Pero lo que es malo para el país no es necesariamente malo para sus gobernantes, si estos consideran al Estado como un surtidor inagotable para sus deseos de poder y riqueza. Si bien es cierto que Argentina se hundió en estos 20 años de kirchnerismo, no es menos cierto que el proyecto de poder que comenzó con Nestor Kirchner en 2003 ha sido el más exitoso de la saga peronista, superando incluso al mismísimo Perón, y que ha colmado de poder y riqueza a sus dueños mientras el país agonizaba. Así que posiblemente Pedro esté mirando el éxito de los Kirchner, y no el fracaso argentino.
Lo que es particularmente curioso es que en la misma semana en la que los argentinos repudian con contundencia a esta última versión del peronismo, España sea apuñalada por un político que abraza el manual peronista casi con devoción. Es como si el parásito, al verse amenazado, hubiera cruzado el Atlántico en busca de un nuevo huésped. En los discursos de investidura, escuchar a Pedro Sánchez era como escuchar condensados los 20 años de parloteo de Néstor y sobre todo de Cristina. Las palabras maniqueas y sociopáticas con las que polarizaron a la sociedad, era volver a escuchar al antagonismo y al resentimiento.
El peronismo perdió la elección el pasado domingo, se ve que el videíto de Sánchez no trajo suerte. Pero considerar que está acabado es un error que los argentinos no deberían volver a cometer. Frente a su futuro rol como oposición, el peronismo comenzará su guerra interna y su recomposición dada que la identidad kirchnerista sufrió el desgaste propio de los años, desgaste al que no escapó su lideresa, la condenada, con su raído discurso que ya no logra cautivar a nadie. Pero no es posible negar su éxito político, por más triste que esto sea, como tampoco es posible negar las similitudes entre el sanchismo y el kirchnerismo que brotan día a día. Como Pedro Sánchez, Néstor Kichner asumió con una debilidad originaria que le llevó a buscar socios en las zanjas de la democracia. La inescrupulosidad es la misma.
Conforme lo fue necesitando para sobrevivir, el kirchnerismo se dejó colonizar gustoso por la izquierda castrochavista, pisoteando la disidencia interna y externa. Pero como ganaba elecciones, para el interior del movimiento el acomodo fue más fuerte que la ideología. Ahora el peronismo deberá decidir si pisar el acelerador y avanzar en su proceso de izquierdización con el mandatario que quedó en pie, Axel Kicillof gobernador de la Provincia de Buenos Aires, o tratar de virar al centro con la vertiente cordobesa de Juan Schiaretti. Qué será, de ahora en más, del peronismo es una cuestión aparte. Pero el consorcio de los Kirchner con lo más extremo, en términos morales y políticos, les dio cuatro gobiernos y a poco estuvieron de lograr un quinto. Es una nefasta fórmula que funciona y Pedro Sánchez lo sabe.
En los años en los que reinó el kirchnerismo, la lucha dialéctica imaginaria siempre estuvo por delante de los problemas reales. Los oligarcas, los genocidas, los que «se la fugaban», los antiderechos, los neoliberales, eran monstruos de paja con los que la dirigencia mantenía una perpetua lucha tanto más importante que las menudencias como gobernar dignamente y cumplir las leyes. Después de todo, ¿por qué no permitirle una pequeña transgresión al líder, si a cambio libra por nosotros una batalla contra la dictadura, la derecha y los malvados ricos? Este discurso, que por fortuna ya no tiene potencia en gran parte del electorado argentino, fue terriblemente eficaz durante años. Y es exactamente el que enarboló Pedro Sánchez para hacerse con el poder en estos días.
El otro padecimiento argentino que Sánchez parece querer imitar es el crecimiento de lo que el kirchnerismo enarboló como bandera: el Estado Presente. Se trata de una versión agigantada hasta la demencia del Estado de Bienestar que luego de 20 años ha conseguido que más de 25 millones de personas dependan de un cheque del Estado para vivir y que el sector privado sólo tenga a un menguante grupo de siete millones de aportantes. Una aritmética imposible, salvo para el imaginario peronista, dado que se trata de una bancarrota que otorga dependencia y la dependencia asegura votos. Impuestos, leyes contra las libertades, intervención y regulaciones son otros de los condimentos que el gobierno español ha adoptado como norma.
El asistencialismo quiebra la cultura del trabajo y tergiversa el concepto de “derechos”, que pasan de ser inherentes al ser humano a ser una gentil concesión del poder. Hay una perversa y elaborada filosofía en esto: el gasto descontrolado sostiene al Estado como proveedor de «derechos». Proponer racionalizar el gasto es atentar contra los derechos, es ser un genocida, un desalmado depredador de los más vulnerables. Conforme pasan los años y los ciudadanos se acostumbran a vivir de la asistencia, salirse de este mecanismo era cada vez más difícil. Sánchez esto también lo sabe, ha asfixiado impositivamente a los españoles para después ofrecerles, arteramente, un paquete de ayudas que se van a convertir en esenciales para la supervivencia y que van a demandar más gasto estableciéndose el círculo vicioso similar al que consiguió que más de la mitad de los niños argentinos sean pobres. El Estado Presente, construido en estos años, Argentina lo está pagando con miseria e inseguridad. El resultado no puede ser otro.
Existen más elementos que comparten el kirchnerismo en retirada y el sanchismo en avanzada. El famoso lawfare es uno de ellos. Se trata de una argucia que los miembros del Foro de Sao Paulo vienen usando sin parar cada vez que alguno era denunciado por alguna causa de corrupción. Si la justicia los atrapa es porque la justicia es enemiga, tan simple como eso. Lula preso: lawfare, Cristina condenada: lawfare, Correa prófugo: lawfare, separatistas enjuiciados: lawfare. En la concepción de lawfare, la justicia es lo que para ellos es justo, las leyes son apenas sugerencias. Para esto es necesaria una voluntad férrea de intervención en el poder judicial. Este cesarismo, disfrazado de lucha contra el fascismo, es también parte de las herramientas que comparten a uno y otro lado del Atlántico.
A esto se suma la cooptación de medios a través de los aportes de distintas instancias del gobierno, y a través de estos el cultivo de un relato de fractura y demonización de la mitad de la sociedad. Y con el mismo mecanismo la utilización de colectivos de artistas, de intelectuales, de docentes, de científicos y de cualquier otra vocería que repita incansablemente el relato de la lucha superior contra un mal imaginario, un objeto totémico del pasado al que abrazarse para conjurar la solución mesiánica. En Argentina es la dictadura de hace casi casi medio siglo, en España el franquismo de hace décadas.
Finalmente, un escándalo internacional termina de describir el parecido del sanchismo con el kirchnerismo. Como lo hicieran primero Néstor y luego Cristina Kirchner con la imagen de Argentina, Pedro Sánchez ha puesto la imagen internacional de España en una posición peligrosa y vergonzante respecto de sus alineamientos geopolíticos. Para muestra basta un botón, cabe recordar que en el año 2005 en medio de la Cumbre de las Américas de la ciudad de Mar del Plata, Néstor Kirchner, le dijo a George Bush, en un descarado acto mediático y fuera de conversaciones previas: «No nos sirve cualquier integración», con lo que sepultó la creación del ALCA en vivo y en directo. Bush se fue de Argentina ofuscado y Kirchner inició un camino de sumisión con el tándem compuesto por Lula da Silva y Hugo Chávez, que paralelamente promovía la contracumbre auspiciada por la Casa Rosada en la que Chávez proclamó: «Alca, Alca, al carajo».
Al desastre de Mar del Plata le siguió el establecimiento de la embajada paralela en Caracas, denunciada por el embajador Sadous, en la que circulaban los fondos que en teoría fluían de Venezuela para sostener a los gobiernos del Foro de Sao Paulo. Con la misma falta de criterio y de respeto al país que gobierna, Pedro Sánchez alineó a España con el posicionamiento del mundo islámico y con los peores gobiernos de Hispanoamérica en su reciente gira por Medio Oriente. Movido por su interés personal, como otrora lo hiciera el kirchnerismo, tomó esta postura para contentar a los socios de los que depende su subsistencia, hecho que le ha conseguido el aplauso «oficial» de Hamás.
Si Pedro Sánchez está adoptando con tanta naturalidad el manual del peronismo aplicado, no es porque esté comprando «carne podrida». Lo hace porque sabe que esta receta, que necesariamente conduce al quebranto, asegura varios años de poder ilimitado, apoyo internacional y una sociedad convertida en ganado lanar tan dependiente y enfrentada que es casi imposible que se pueda librar de sus cadenas. Argentina lo intentó en 2015 y volvió a caer en las manos del mal. Este domingo empezó su doloroso segundo intento, luego de tocar fondo. Ojalá a los españoles no les tome 20 años sacarse de encima esta peste y termine cuanto antes el sanchismo, esta nueva versión del peronismo.
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