Isidoro Cheresky: “Vivimos en un mundo de una extraordinaria visibilidad, autonomía ciudadana y alta libertad electoral”

En esta charla con Clarín, Isidoro Cheresky, politólogo de larga trayectoria académica, analiza el escenario político tras el balotaje que consagró presidente de la Nación a Javier Milei. Reflexiona sobre la ciudadanía, los partidos y el liderazgo presidencial. Además, piensa los desafíos de la representación, la idea de legitimidad y la democracia a 40 años de su recuperación.

-¿Qué factores o circunstancias ayudan a entender el resultado de este balotaje presidencial?

Hay algo que tiene que ver con el proceso electoral en sí. La ciudadanía está crecientemente autonomizada, no tiene lealtades cautivas con los partidos políticos o los líderes, salvo excepciones. El electorado es fluctuante y volátil, se define a último momento. La escena electoral argentina parecía estar configurada entre las dos fuerzas tradicionales que se venían diputando el poder desde hace algunos años. La novedad fue la irrupción de un outsider, hecho que fue posible porque existía esa fluctuación del electorado, propenso a guiarse por una posibilidad de rechazo o negatividad. La negatividad es un factor central en cómo un líder emergente puede pasar al centro de la escena. En este caso fue Milei.

-¿Qué mensaje recibieron la dirigencia y el sistema político por parte de la ciudadanía que se expresó en las urnas?

La ciudadanía (y el electorado) es muy diversa. Hay una desafección y un gran malestar con quienes ejercen funciones políticas. Porque hay una corporación política que genera un gran malestar en la mayoría de los ciudadanos, apareció la posibilidad de que alguien encarnara el rechazo. Y que lo hiciera de una forma brutal. El éxito de Milei es ser alguien ajeno a ese mundo. En tal sentido, hablar de crisis de representación sería un enunciado breve, porque lo que está en cuestión es que, para los ciudadanos, quienes ejercen funciones públicas, están en las cúpulas o en el interior de los dispositivos organizacionales tienen beneficios de función, quizá excesivos aunque sean legales, y la corrupción. Es notorio, por ejemplo, lo que se reveló en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, con ese personaje apodado “Chocolate”. Frente a ello, la ausencia de reacción institucional para avanzar en la cadena de mandos. Hay una actitud de ajenidad con la magnitud de ese escándalo. Del mismo modo, está el “caso Insaurralde”. Hay que darse cuenta el impacto que puede tener, en ciudadanos de diversas condiciones sociales, la magnitud de la apropiación de fondos públicos.

-¿Cómo considera que puede ordenarse el mapa político e ideológico frente al nuevo gobierno?

Creo que Javier Milei representa un proyecto que llamaría posdemocrático, de revolución, que está destinado a cambiar no sólo las instituciones sino el modo de vida. Por supuesto que este ímpetu, esta orientación libertaria, se apoya en un deterioro real y verdadero de las costumbres políticas y en el funcionamiento de las instituciones. Con este movimiento, que impulsa un nuevo presidente, hay que tener en cuenta su doctrina, orientada a inventar una sociedad. Su idea es que la sociedad está constituida por productores que intercambian entre ellos. Se trata de la ética del mundo de los humanos que, a su parecer, es el egoísmo. Eso quiere decir que se propone desalojar la idea de espacio público democrático, afectando los principales dominios de una sociedad democrática: educación, salud y seguridad públicas. Estas no son simplemente instituciones. Forman parte de un modo de vida.

-Pensando en el concepto “Democracia de audiencia” ¿Qué características cree que tendrá el liderazgo presidencial?

Milei se constituyó en líder, provocando una intensidad política que estaba monopolizada por el kirchnerismo, produciendo escenas que lo hicieron verosímil: ser el león, ser el portador de la motosierra. Estaba contra el statu quo, pretendía cambiar el estado de cosas. Eso fue una conexión extraordinaria con todos los argentinos decepcionados en la amplitud de la escala social. Milei, siendo un transgresor y agresivo, expresa ese malestar. Para eso construía escenas, modos de figuración, con una audiencia al grito de libertad. Pero la otra parte, es el grado de difusión a través de las redes sociales. El espacio público es territorial y virtual. En ambos Javier Milei supo transmitir su mensaje. También se moderó y aceptó una alianza.

-Teniendo en cuenta la polarización extrema de las últimas décadas ¿Cuál es el principal desafío de la “representación política”?

Todas las democracias, incluso aquellas más consolidadas que la argentina, están con problemas de representación. En este marco, las novedades que se producen surgen de una actividad ciudadana. La ciudadanía contemporánea ha cambiado sus condiciones sociales. Ya no existen las clases o agrupamientos característicos de la sociedad industrial. La reconversión del mundo del trabajo incluye desde la robótica hasta la Inteligencia Artificial. Hay otro elemento: los nuevos derechos. La revolución feminista, la discusión de género y la conciencia creciente sobre el planeta han producido transformaciones sociales.

-¿La nueva reconfiguración de poder en la Argentina puede marcar una tendencia, replicarse o influir en otros países de la región?

No sabemos cuál es la nueva configuración política. Chile, por ejemplo, donde surgió un presidente progresista, se encuentra hoy con un treinta por ciento de popularidad e inestabilidad política. La característica de nuestro tiempo es que no hay una escena política dominada por partidos, en el sentido de lo que dicen los manuales. Eso no existe. Todavía no hay conciencia de que vivimos en un mundo de extraordinaria visibilidad, autonomía ciudadana y alta libertad electoral.

-El 10 de diciembre asumirá un nuevo gobierno democrático y se cumplirán 40 años de la jura presidencial de Raúl Alfonsín que puso fin a la última dictadura ¿Qué reflexión le genera esta circunstancia histórica?

Evidentemente, estamos frente a una nueva etapa de recomposición política. Pero ser consecuente con una posición democrática es aceptar la legitimidad del presidente que asume. Para los que nos identificamos con su progreso y profundización, la democracia es un gran desafío. Pero hay que evitar la tentación de ser inútilmente confrontativo. Si Javier Milei llegó a la presidencia quizá no fue porque la mayoría postuló la revolución libertaria, sino porque prevaleció la negatividad y el rechazo a un estado de cosas.

Señas particulares

Isidoro Cheresky es sociólogo por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Doctor en Ciencias Sociales por la Université de Toulouse II-Le Mirail. Profesor consulto de Teoría Política Contemporánea y Sociología Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

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