Ocho días entre la sorpresa y la intolerancia

Hace apenas ocho días que Javier Milei se convirtió en el futuro presidente de la Argentina. Fue todo tan vertiginoso desde entonces, que parece que hubieran pasado por lo menos tres meses. Dicen que el tiempo se mide por lo que contiene y lo que contuvo en este brevísimo período fue de todo; este no es un país apto para cardíacos.

Lo más notorio desde el domingo en que los más de 11 puntos de diferencia dejaron a Sergio Massa fuera de la Casa Rosada, fue la mutación de Javier Milei: de la motosierra a la tijera de podar; de la dolarización inmediata a un proyecto para cuando las cuentas estén en orden; de proclamar que el Papa era el representante del maligno en la Tierra, a atender su llamado e invitarlo a visitar el país, o el viaje de la canciller nombrada Diana Mondino a Brasil para acercar posiciones con Lula, denostado en la pelea electoral. Más allá de marchas y contramarchas, Milei hizo gala de un pragmatismo notable. El que impone el pasaje de candidato en campaña al hombre que acaba de ser elegido para manejar los destinos de un país. O el teorema de Baglini a la enésima potencia: cuanto más cerca del poder, más racionales las propuestas que se formulan.

En paralelo a estos gestos, fue notable la catarata de demandas violentas y amenazas hacia un presidente que se apresta a asumir recién en dos semanas. El secretario de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas, Pablo Biró, contestó a los dichos de Milei acerca de la decisión de entregar la aerolínea de bandera a sus empleados con un “Si se quiere cargar Aerolíneas nos va a tener que matar”. Recién cuando Mondino le salió al cruce recordando que “la campaña del miedo no funcionó ni va a funcionar”, el sindicalista dio marcha atrás.

El cura Paco Olveira, miembro del Grupo de Curas en Opción por los Pobres advirtió, muy poco cristianamente, a los votantes de Milei, que “no se acerquen al comedor ni a ningún otro servicio que damos” desde su fundación, y agregó: “Tampoco pidan nada. 'No con la mía', como dice la vicepresidenta electa” (por Villarruel).

La CGT hizo su advertencia a Milei: “Ni un derecho menos ni un ajuste más”, y piqueteros de izquierda anunciaron tres días de protestas, antes y después de la asunción presidencial.

A través de redes sociales y otros medios, se pronunciaron colectivos varios. Un contraste llamativo el de tanta impaciencia y amenazas veladas -o no tanto-, con la paciencia con la que, a lo largo de cuatro años de gobierno kirchnerista, muchas de estas organizaciones bancaron en silencio la inflación galopante, los índices de pobreza e indigencia, la falta de empleo de calidad y tantos otros indicadores del vertiginoso declive nacional.

La vara con que se evalúa a las gestiones del peronismo es radicalmente distinta de la que se aplica con gobiernos de cualquier otro signo, con una condescendencia digna de mejor causa.

Hablando de peronismo, reapareció el presidente (sí, todavía lo es, aunque cueste recordarlo) Alberto Fernández, en raid mediático para hablar -bien-del gobierno que deja. A punto de sumarse a los argentinos que emigran a España, dejó algunas definiciones, al menos, curiosas: incluyó la muerte de Maradona (¿?) entre los problemas que debió atravesar su gestión, dijo que “dejó que la Justicia funcione libremente” y habló de la aparición de “una mira telescópica”, varias veces, en el helicóptero presidencial que prefirió no denunciar (¿?).

Argentina, entre lo que ya termina y lo que está por empezar.

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