La nueva agenda económica internacional de la Argentina

La Argentina ha optado por un cambio sustancial. El candidato presidencial ganador anuncia la emergencia de economía de mercado, gobierno limitado y apertura.

Pues se requerirá para instaurarlas una hábil conducción del proceso político y la contención de ciertos efectos iniciales.

La Argentina (padeciendo estancamiento, atraso y degradación) ha llegado a una instancia de inanición del modelo viejo y necesidad de uno nuevo -aun no nato-. Algo analogable a las “estructuras disipativas” que describió el Premio Nobel Ilya Prigodgine: hay viejos estados de equilibrio que se agotan perdiendo su energía tras lo cual el abandono de aquel equilibrio lleva a un nuevo orden. Pero el tránsito es crítico. Y, como enseñaba Santo Tomas de Aquino, la ejecución de los actos debe considerar la intensión pero también la correcta evaluación de la realidad.

Uno de los tres postulados es la apertura argentina al mundo. Enhorabuena: Argentina es -según el Banco Mundial- el país con menor relación entre el comercio internacional y el PBI de toda Latinoamérica. El ratio de la región es 80% mayor al argentino y desde 1960 jamás Argentina logró siquiera empardar a nuestro propio subcontinente.

Aunque si pretendemos “volver al mundo” conviene observar la reconfiguración del escenario para el comercio, las inversiones, las finanzas y el encadenamiento productivo. Ha estado emergiendo en los últimos cuatro años (empujados por tres hechos disruptivos: el Covid-19, la aceleración de los efectos del cambio climático y varios acontecimientos bélicos o de tensión internacional) una creciente influencia de la geopolítica en los negocios.

No es el único cambio de fondo (en el presente es más determinante la revolución tecnológica y la modificación en las cadenas de valor; pero en prospectiva la “geopolitización” de las relaciones económicas podrá afectar el mapa profundamente).

Por ahora, el mundo asiste a una doble agenda: las empresas trasnacionales avanzan en su creciente globalización, pero la política crea crecientes preferencias y discriminaciones.

En los últimos meses el presidente Joseph Biden reunió a jefes de gobierno de 11 países latinoamericanos para impulsar la Alianza para la Prosperidad Económica en las Américas; después de haber anunciado -al finalizar la cumbre del G20 en la India- su plan para un corredor económico que una a la India con Oriente Medio y la Unión Europea; tras lo cual impulsó en California un pacto económico con 14 países de Asia Pacifico.

Mientrastanto, China y Rusia acaban de celebrar un acuerdo de cooperación. Y China anuncia que ya 155 países firmaron su iniciativa para “la nueva ruta de la seda” (aunque muchas signaturas son anteriores a los últimos acontecimientos redefinitorios).

Sin ir más lejos, a Argentina le aparecieron en los últimos años el posible acuerdo con la Union Europea (que cobraría nueva fuerza con la crisis energética) y la propuesta de ingreso al grupo de los BRICS (entre otros 6 invitados).

En el planeta parece emerger lo que se está conociendo como “friendshoring”: intensificación de relaciones económicas entre países aliados. El término perfecciona lo que hace unos años Bonnie Glick, autoridad de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Económico, llamó incipientemente “ally-shoring”. Y que puede ejemplificarse: en último año, mientras el comercio entre EEUU y China decreció 5%, el comercio entre China e Irán creció 7%, y entre China y Rusia se eleva más de 20%.

EL mundo no está reduciendo la internacionalidad económica (no hay “re-shoring”): la Organización Mundial de Comercio augura un alza de 3,4% para 2024 (superando 32 billones de dólares). Pero el escenario está poniéndose selectivo.

Están en vigencia 361 acuerdos de preferencias económicas bilaterales entre países que amparan la fluidez entre “amigos” y la dificultan entre los que no lo son. Y esos pactos entre países ya no son meros acuerdos de reducción de aranceles en frontera (el 70% del comercio internacional ocurre entre quienes ya redujeron a 0% sus aranceles) sino que ahora se apoyan en alianzas regulativas que generan estándares comunes. Son los nuevos “deep trade agreements” que perfeccionan los “free trade agreements”.

Sin embargo, el nuevo mundo es tan complejo que a la vez puede calificarse a esa discriminación como no tajante. Podemos calificar las relaciones económicas entre países entre aliados, meros clientes y adversarios. Entre los aliados el vínculo es profundo y sistémico (inversión, comercio, tecnología, reglas), entre los adversarios aparecen obstáculos (sanciones o restricciones) pero a través de las empresas hay negocios con una agenda propia y muchas veces, así, los adversarios son clientes (aun con dificultades).

Es posible que las referencias que hemos escuchado de parte de Milei sobre una alianza con Estados Unidos o Israel y ninguna promoción con China (y que “los privados” hagan negocios por su cuenta) se refiera a esto. Porque, y pese a todo, el comercio entre Estados Unidos y China este año superará los 550.000 millones de dólares, un nivel menor al de 2022 pero parecido al de prepandemia.

Si Argentina ha decidido salir a ocupar espacios deberá prever su geopolítica. Para lo que nos queda pendiente repensar el desabrido Mercosur.

Aunque lo más relevante es que, ante un nuevo paradigma, muchas empresas deberán repensar atributos. Es un mundo de geopolítica pero también de empresas poderosas. Y los negocios los concretan ellas más que aquellos. Dice John Kay que, para eso, las empresas deben desarrollar estrategias, innovación, alianzas sistémicas y reputación.

Marcelo Elizondo es especialista en negocios internacionales, Presidente de la International Chamber of Commerce (ICC) en Argentina.

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