Manuel Rocha, uno de los diplomáticos más abiertos para la comprensión del peronismo

James Cheek, embajador de Estados Unidos en Argentina entre 1993 y 1996, dejó dos recuerdos pintorescos al margen, o como parte, de su gestión diplomática. Su afición por San Lorenzo (había siempre una camiseta azulgrana en la sede diplomática de la calle Colombia) y los festejos del 4 de julio, día de la Independencia, en los cuales impuso los puestos de hamburguesas y hot dogs en las recepciones servidas en los salones del elegante Palacio Bosch, residencia del embajador.

Cheek hablaba un español trabado. Tenía una personalidad no demasiado entrenada en las formalidades que demanda la diplomacia. Su sucesor durante tres años y medio, sin ostentar el rango formal de embajador, fue Manuel Rocha (de diciembre de 1996 a julio del 2000), que tomó notoriedad pública en las últimas horas, a sus 73 años, por haber sido detenido por el FBI. Se lo acusa de haber hecho espionaje mucho tiempo a favor del régimen de Cuba. Se lo acusa de haber actuado como un “topo”.

Rocha tenía varias características que lo distinguían. El idioma nunca resultó un obstáculo para él. Su nacimiento había ocurrido en Colombia. Se lo podía emparentar con Cheek por un aspecto: aunque en menor medida, también se solía apartar de las prácticas diplomáticas.

Era común que, en el caso de almuerzos frecuentes que organizaba en la casa de Juramento y Melián, en el barrio de Belgrano R, justo frente a la casa donde alguna vez vivió el relator de fútbol José María Muñoz, él mismo se encargaba de abrir la puerta para recibir a los invitados.

Otro de sus hábitos consistía en llevarlos hasta el jardín trasero coronado con una gran piscina para continuar las conversaciones iniciadas en los almuerzos. Un gran comedor y ante comedor tenían de inmensa vidriera aquel verde repleto de plantas, árboles y el espejo de agua.

La mansión fue vendida hace años por el gobierno de Estados Unidos. Es ahora una propiedad privada que, al menos en la parte externa, no ha sufrido ninguna modificación.

Rocha pareció, de los embajadores que pasaron por la Argentina, uno de los más permeables para comprender el fenómeno del peronismo. Materia difícil para extranjeros e, incluso, para no pocos argentinos. Quizás porque, aun con algún sentido crítico, realzaba la capacidad política de Juan Perón. Poseía muy buena formación histórica, en general, sobre América Latina.

Estuvo destinado en otros países, como Bolivia. También sirvió en La Habana, antes de venir a Buenos Aires. Allí intervino en un incidente cuando la defensa de Cuba derribó dos aviones de una organización comercial privada estadounidense.

Rocha se retiró de la diplomacia hace algunos años para dedicarse a la actividad privada. Ese hombre afable, proclive a la sonrisa, entrador, ha quedado envuelto ahora en un sorprendente escándalo.

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