El impuesto a los superricos, herramienta para cerrar brechas de género

“Lo hemos perdido todo”, dice Ana ante la mirada desolada de su hermana Rosa. Ambas de más de 70 años, viven en la región de Valparaíso, Chile, que fue devastada en febrero por los incendios forestales más mortales de la historia del país. Al menos 133 personas murieron a consecuencia de éstos y muchas siguen desaparecidas.

Las hermanas son trabajadoras domésticas. Perdieron la casa, heredada de sus padres. En minutos, todo el esfuerzo de dos generaciones se desvaneció devorado por las llamas. Como muchas mujeres sin acceso al sistema financiero formal, además, perdieron los ahorros de toda su vida que guardaban en efectivo.

Las olas de calor récord, sequías, inundaciones e incendios devastadores vienen afectando desigualmente a mujeres como Rosa y Ana: en Chile, Estados Unidos, Grecia, Nepal, Colombia, España y Argentina, por citar algunos casos que siguen en las noticias desde hace un año.

Sólo en la Argentina en el parque Nacional Los Alerces cerca de Bariloche y en Córdoba, en zona de Los Reartes, la sequía y altas temperaturas causaron daños gravísimos a la biodiversidad y propiedades. Incendios feroces se registraron también en Venezuela, Ecuador y Colombia. En Brasil consumieron vastas porciones de selva tropical.

Estos desastres producto del cambio climático tienen efectos agravados por la desigualdad género.

Debido a discriminaciones estructurales y roles tradicionales, las mujeres se ven desproporcionalmente impactadas y sufren de riesgos específicos e interrelacionados. Desde los obstáculos para evacuar, debido a la carga desproporcionada de tareas de domésticas y de cuidados, hasta las limitadas capacidades para recuperarse, cada aspecto de un desastre está marcado por diferencias de género.

El acceso desigual a los recursos económicos, el menor poder decisión en sus familias y comunidades, y la menor experiencia de participación política, se traducen muchas veces en un menor acceso a la asistencia y apoyos para reconstruir sus vidas después de los desastres.

Para aumentar la resiliencia de las mujeres ante las catástrofes, cuya tendencia va en aumento, se hace esencial invertir en el cierre de las brechas de género. Lamentablemente, como alerta la Organización de las Naciones Unidas (ONU), existe un déficit de financiamiento para lograr las metas sobre la igualdad de género.

La brecha es escandalosa: faltan 360 mil millones de dólares anuales para cumplir con los compromisos que acordaron los países en la Agenda 2030 para el desarrollo.

En momentos en que muchos países del Sur Global se encuentran con sus arcas vacías, el financiamiento para terminar con la desigualdad estructural requiere de mayor cooperación internacional. Hoy en día solo el 4% del total de la ayuda bilateral se destina a la igualdad de género como su principal objetivo. Sin embargo, esta no es la única alternativa.

Desde la Comisión Independiente para la Reforma del Sistema Internacional de Tributación de Corporaciones (ICRICT) de la que soy miembro, señalamos que los todos los países, especialmente los países en desarrollo, pueden aumentar su espacio fiscal gravando más a los que más tienen: corporaciones y super millonarios.

Una propuesta clave es establecer un impuesto mínimo global del 2% a la riqueza de los superricos. Mi colega de ICRICT, el laureado economista Gabriel Zucman, expuso este programa en febrero a los ministros de finanzas del G20 reunidos en Sao Paulo, Brasil. Esta medida inspirada en el impuesto mínimo global a las corporaciones se aplicaría a menos de 3,000 individuos y recaudaría cerca de 250 mil millones de dólares anualmente.

Si otros países siguieran el ejemplo, el impuesto a los ultra ricos que hoy casi no tributan, podría marcar la diferencia. Si además se fortaleciera el impuesto mínimo global para corporaciones multinacionales, se podrían lograr los 500 mil millones de dólares adicionales necesarios para hacer frente al cambio climático e invertir en programas que cierren brechas de género y den empoderamiento a las mujeres.

Los incendios han dejado a Ana y Rosa, como a tantas miles de mujeres humildes en zonas de catástrofes, sin bienes materiales. Siendo adultas mayores, sin una pensión adecuada ni beneficios de la protección social, su casa era el factor que las mantenía fuera de la pobreza.

Han tenido más suerte que otras que no sobrevivieron a la tragedia, atrapadas entre las malas condiciones de edificación y calles estrechas. O aquellas, que en otros países de la región han perdido además sus cosechas y todo medio de subsistencia.

En medio de la pluralidad de crisis, guerras, inflación y deudas elevadas, invertir en la igualdad de género ha dejado de ser una prioridad para muchos Gobiernos. Es por ello, este mes de marzo, cuando se conmemora el día Internacional de la Mujer, es conveniente recordar, que no es posible lograr el progreso social sin igualdad de género.

Reconocer a las mujeres como pieza clave en las estrategias de desarrollo es el camino hacia una sociedad más justa, inclusiva y sostenible. Hacer que los superricos, muchos quienes se han beneficiado de las crisis, paguen la cuenta, es una herramienta al alcance de nuestros gobiernos.

Magdalena Sepúlveda es miembro de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (ICRICT) y Directore Ejecutiva de la Iniciativa Global por los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Fue Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y los derechos humanos.

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