Rosa Montero y las catacumbas de España
Rosa Montero (Madrid, 1951) es quizá la mejor periodista de habla española. Desde muy joven vio la realidad para contarla y la ficción, en la que es también una maestra, para entenderla. Sus reportajes, desde que nació el diario El País, deslumbraron a un país que nacía a la democracia y se preparaba para abolir la costumbre falaz de la dictadura.
Ella contó, en sus reportajes, los vestigios de aquella larga y triste excursión de España por la posguerra y el franquismo, y ahora resucita aquellos reportajes en un libro, Cuentos verdaderos, en Alfaguara.
Ella es la autora de novelas como El peligro de estar cuerda o de La loca de la casa. Esta colección de sus reportajes es un escalofriante regreso a la España multicolor del posfranquismo, cuyas zonas negras ahora parecen mentiras escritas por una periodista asombrada. Y todo es verdad.
-¿Qué había en aquel tiempo para que fueras tan exigente con tu trabajo?
-En la Transición todos los medios de comunicación, y El País en especial, fueron esenciales para el cambio democrático. Teníamos una conciencia clara de estar siendo periodistas contribuyendo a que la sociedad se asentara en valores que queríamos. En El País pusieron una bomba, mataron a un chaval e hirieron gravemente a otros dos empleados. Varios periodistas fueron asesinados por ETA. Te arriesgabas, pero había esa exigencia de buen hacer, de llegar hasta el fondo.
-Desde que empezaste a escribir estos reportajes hasta hoy, ¿qué fuiste aprendiendo como persona?
-¡Muchísimo! Decidí hacerme periodista porque me gustaba escribir desde pequeña, escribía cuentos y tenía facilidad para la escritura, una curiosidad universal y no quería especializarme. Pensé que, como periodista, iba a seguir aprendiendo toda mi vida. El periodista es un testigo que pregunta, se documenta y habla con los que están haciendo la Historia. Me sentí súper privilegiada cuando cayó el muro de Berlín: estuve allí una semana antes de que cayera y un día después de la caída, dos veces. Entrevisté a Felix Novales, un chaval del País Vasco que con 18 años se metió en el Grapo (un grupo urbano muy feroz y muy ideologizado, marxista-leninista) y en tres meses asesinó a tres o cuatro personas… Al primero que mató fue un farmacéutico al que no conocía: entró en la farmacia y le descerrajó un tiro y para celebrar su primer asesinato se compró una botella de cava barato y una bandeja de pasteles… Quince años después publicó El tazón de hierro, una reflexión sobre cómo un chaval de 18 años puede pegarle un tiro a un señor al que no conoce y celebrarlo con cava y pasteles. Fui a entrevistarle como si fuera a ese punto negro del corazón que todos tenemos donde se junta el remolino de los monstruos, con un guía que había estado allí y había salido. Eso te lo da el periodismo, es un viaje al otro, a los otros. Este periodismo me permite entrar, vivir, comprender tantas otras realidades, tantas otras vidas que enriquece muchísimo tu propia vida.
-En todos los reportajes estás tu mirando, fijándote.
-No salgo como personaje, pero estoy ahí viviendo todo lo que está pasando. Me sorprendió notar que la mayoría de estos reportajes son narrativos, parecen cuentos, aunque son verdaderos, absolutamente todo lo que se narra está documentado, pero están escritos con una estructura similar a la de la ficción. Por eso los he titulado Cuentos verdaderos. Ya no se hace este tipo de periodismo. Ahora estamos en un periodismo de mínimos y así no se puede hacer muy buen periodismo, no porque no haya gente que pueda hacerlo. Cuando en una sola frase pones: “Y cruzó al bar El Brillante y se tomó un carajillo”, no puedes hacerlo si no has estado en el maldito bar El brillante y el dueño te ha dicho que cruzó y se tomó un carajillo.
-Siempre estuviste allí, donde ocurría lo que contabas. Menos en el golpe de Estado de 1981, tus compañeros te iban enviando información de lo que pasaba aquella noche…
-¡Exacto, exacto! También me pasó con el asesinato de los abogados de Atocha, ese capítulo es estremecedor, se me ponen los pelos de punta… Lo hice un mes después de sucedido… Hablé con los tres supervivientes y tuve acceso al sumario en el que aparecían algunas cosas que no sabían ni los propios supervivientes, como que los asesinos habían estado esperando arriba o que a uno se le había disparado un tiro. Ahí te metes e intentas vivirlo. Con el golpe de Estado: me enviaban toda la documentación de lo que había pasado e intenté vivirlo, meterme dentro y sentir lo que se sentiría en esa situación. Cuando empecé a escribirlo no sabía cómo iba a terminar todavía aquel asalto.
-¿Cómo se ha ido amoldando tu manera de ser a todo lo que has visto?
-Somos hijos de nuestras circunstancias, de lo que hemos vivido y soñado, imaginado, nos han contado o hemos deseado, aunque no podamos saber muy bien qué nos ha dejado más o menos rastro. Yo tengo la sensación de haber vivido muy intensamente. Algunas veces eran tan agotadores esos tiempos tan interesantes que me acuerdo de mí misma diciendo: ojalá fuéramos suizos y nos aburriéramos muchísimo democráticamente. Es que la época que nos ha tocado vivir en este país ha sido un soponcio continuo. Soy una persona vehemente y apasionada que ha vivido hasta el fondo, y está bien. Tengo la sensación de haber vivido más vidas de lo normal.
-¿No sientes que estabas inventando un periodismo…?
-No sé, no tengo idea, lo que sí sé es que estaba intentando encontrar mi propia vía de expresión. Siempre me ha resultado muy llamativo que los periodistas de prensa en general no sean lo suficientemente ambiciosos literariamente hablando. Cuando daba clases de periodismo o cuando fui redactora jefa del dominical de El País vi que los jóvenes eran muy ambiciosos a la hora de ser directores de un periódico, corresponsales en Nueva York, de tener una carrera, ser conocidos y famosos, salir en la tele y ganar mucha pasta, pero con la ambición de hacer literatura, de encontrar un estilo propio, de hacerlo lo mejor posible encontré muy pocos. Me parece alucinante que no se tenga esa ambición… Sí he tenido la ambición de intentar encontrar mi propia vía de expresión y de hacerlo lo mejor posible.
-¿Quizá aquel periodismo incitaba a hacerlo mejor, a no inventar? Dices: “El texto más redondo no es el mejor periodísticamente hablando si lo que cuentas no está documentado”.
-Ese afán de documentación es algo interior, antes no sé si existía esa exigencia en los periódicos más o menos que ahora… Creo que es una actitud personal. Había periodistas que eran súper ladrones. que no buscaban nada y además fusilaban de otros; y había gente rigurosa. Ahora igual, hay gente rigurosa de la que te fías y otra de la que no te fías nada.
-¿Cómo ves el periodismo actual?
-Se ha empobrecido mucho la manera en que hacemos periodismo. Por las circunstancias económicas entró en ese agujero negro de la adaptación a las nuevas tecnologías. Creo que en los últimos años han desaparecido cantidad de los periódicos del mundo, ha sido una devastación brutal, los periódicos se hacen en unas condiciones penosas. Las redacciones se han quedado en los huesos, tienen que escribir un texto, tienen que ser mujeres y hombres orquesta, se echa a los seniors y se contratan juniors por sueldos de esclavitud. Esa manera de afrontar el periodismo lo ha empobrecido mucho, también los palos de ciego de los editores porque como ven que no salen las cuentas y las cabeceras serias han empezado a publicar como noticias del corazón…
-Te pasaste contando un montón de sucesos de la historia de España que ojalá que no hubieran ocurrido.
-Las malas noticias, las desgracias es lo que normalmente llega a la prensa. A mí me gustaba y me sigue gustando mirar en las orillas de lo social, siempre me ha interesado mucho lo canalla, lo lumpen, también en mis novelas, y no por nada perverso sino porque creo que en esos lugares se ve de una manera más clara el tejido de la vida, en nuestra vida de clase media está más maquillada, más oculta pero allí está la vida como palpitando a corazón abierto.
Comments are closed.