Anarco-capitalismo argentino: anatomía del primer trimestre

El gobierno nacional cumplió sus primeros tres meses de gestión. Un plazo simbólico que suele utilizarse en el mundo para evaluar, por vez primera, las acciones y el perfil de los presidentes y de su equipo más cercano. También para advertir con mayor claridad sus idearios y suponer cual será el rumbo que recorrerán hasta el fin de los mandatos.

En este caso, se considerarán solo las principales iniciativas y los resultados de la administración libertaria en la esfera internacional, en la política local y en el terreno económico. Esto es, se dejará de lado la catarata de mensajes que volcó en las redes sociales. Excepto, aquellos rasgos que según Pablo Picasso permiten distinguir la personalidad de los seres humanos.

En la actuación internacional, por ejemplo, es dable señalar que la figura del primer mandatario despertó interés en los medios extranjeros. Aunque en las diversas entrevistas y en sus viajes a Israel, al Vaticano, a la cumbre de Davos y a la reunión ultra conservadora que se desarrolló en las afueras de Washington no es posible subrayar, además de su propia satisfacción y unos pocos encuentros bilaterales, algo significativo para el presente y el futuro de nuestro país.

Más bien, sobresalieron discursos poblados de frases hechas y de referencias históricas rudimentarias, cuando no chabacanas, a la par de algunos gestos que se podrían interpretar como ofensivos por otras comunidades y partidos que protagonizan disputas o conflictos en tierras lejanas.

En tanto que hasta ahora hubo cierto desdén, hasta injurias, en las relaciones con los vecinos, escasa labor para la apertura de nuevos mercados y la diversificación de las ventas externas y una sobreactuación en los vínculos con los Estados Unidos (EEUU) y dirigentes norteamericanos como Donald Trump.

Al respecto, conviene apuntar que en los últimos años los principales orígenes de la inversión externa directa en la economía local fueron los EEUU seguidos por la Unión Europea, Brasil y China.

En el plano interno, aparte de componer un elenco que en este breve periodo demostró distintos grados de impericia y quietismo, el Gobierno se destacó por tres hechos relevantes.

El fracaso en el tratamiento de la llamada ley ómnibus, la no aprobación parlamentaria del voluminoso decreto de necesidad y urgencia y el maltrato con opositores políticos, sociales y artísticos.

Con un par de pincelazos adicionales. Por un lado, la notable cantidad de normas que pretendió modificar con los más de mil artículos que contienen esos dos proyectos. Muchos de los cuales tienen un espíritu pretenciosamente constituyente, provocado quizá por el caudal de votos que obtuvo la fórmula libertaria en la segunda vuelta electoral.

Al tiempo que otros, relativos a la vestimenta de los jueces, al divorcio exprés o a la prohibición de la palabra gratuito, poseen nula importancia para el bienestar general o la resolución de problemas estructurales de vieja data.

Por otro lado, llamó la atención que el afán por desregular y transformar las empresas públicas, justificado por el exceso de trabas burocráticas y las ineficiencias operativas en determinadas áreas, omitiera prioridades y no estuviera acompañado por estudios sobre las experiencias de los años noventa y las mejoras competitivas que introduciría cada disposición.

En materia económica, se llevaron a cabo en forma conjunta a principios de diciembre una fuerte devaluación y la liberación generalizada de precios incluyendo, como sabemos, alimentos, fármacos y servicios de primera necesidad.

Asimismo, en enero se alcanzó un superávit fiscal sobre la base, quizá irrepetible, de un menor gasto en jubilaciones y pensiones, subsidios energéticos, programas sociales y transferencias a las provincias.

Combinación que, sumada a la ausencia de planes y expectativas, produjo una marcada restricción del consumo interno, factor importante para el funcionamiento de la economía argentina, que afecta a numerosas empresas y conlleva el riesgo de acelerar las caídas en las tasas de actividad económica, de empleo y, por consiguiente, de recaudación tributaria. Amén de otra devaluación.

De hecho, los diversos pronósticos que se trazan para lo que resta del 2024 hablan de una inflación acumulada y de una baja en el producto bruto interno peores que las de 2023.

Y, sobre todo, de que la evaporación del poder de compra de las jubilaciones y de los ingresos formales e informales, que ya venía en picada, podría aumentar la pobreza y la indigencia desde fines de 2023 a junio de 2024 a un nivel desconocido en la última década.

O sea, mayor que el 30% de pobreza y el 6% de indigencia que se estimó a fines de 2015, que el 35,5% y 8% que registró el INDEC al término de 2019 y, a pesar de que la tasa de desempleo se mantuvo muy baja, que el 40,1% y 9,3% del primer semestre el año pasado, en el que los principales damnificados fueron los menores de 15 años de edad.

¿Mejorará el desempeño del gobierno? ¿Habrá acuerdos para desplegar el potencial productivo? ¿Acaso para explorar otros caminos de equilibrio fiscal? ¿Admite el anarcocapitalismo las correcciones y los consensos?

Vale recordar al respecto que instituciones como el Banco Mundial advierten que la desnutrición en edad temprana puede tener efectos devastadores y duraderos en la habilidad de aprender, de pensar y de adaptarse a nuevos ambientes, perjudicando así la futura inserción laboral de miles de niños, niñas y adolescentes como los que habitan en tantas barriadas argentinas.

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