Cazadores de historias: ¿qué querés que te cuente?
La leyenda dice que el escritor está a la caza de buenas historias todo el tiempo. Lo cual es verdad en la mayoría de los casos y a su vez comprende su propia magia. ¿Qué quiero decir con esto? Básicamente que cazar historias no es literalmente así. Nadie sale -ojo, porque hay excepciones que sí– a buscarlas con el fin de escribir su próximo libro o su próximo guión.
No hay demasiadas personas determinadas a subirse al subte a ver qué se cuenta, o meterse en un retiro espiritual en la Patagonia a ver qué cuenta la gente… De hecho, más de una de las personas cuyas historias son “cazadas” libreta y lápiz en mano, o grabándolas con el celular, de vernos hacerlo, nos pegarían cuatro gritos o nos demandarían por acoso.
Si nos ponemos en los zapatos de quien cuenta un drama de su vida de manera espontánea, y vemos al interlocutor anotando con fruición, no creo que pensáramos: “Que maravilla, escribirá sobre mí y saldré en una película de Hollywood”. Lo más probable es que le rompamos el lápiz o le tiremos el celular por la ventana, por atrevido.
De hecho, hasta cuando el psicoanalista toma notas nos incomodamos. (Respecto a esto hay dos clases de pacientes, los de autoestima alta que creen que pueden convertirse en un caso famoso de la historia del psicoanálisis, y los de baja autoestima que desconfiamos del profesional y lo imaginamos jugando al ta te ti o repasando la lista del supermercado, mientras le contamos por qué mamá y papá se divorciaron hace tres décadas y el hecho nos suscitó un trauma).
De hecho, al cazador de historia tampoco le sirve el relator voluntarioso. Ése de: “Tengo que contarte lo que me pasó; seguro que con eso escribís una historia”. Los actores, esos narcisistas aguerridos y efímeros, están convencidos en su mayoría que no hay historia más atractiva que la de sus propias vidas. En general, una no sabe cómo explicarles que gracias a Dios, fuimos dotados con imaginación. Y que los escritores tienen dos fuentes de capital: sus lecturas y su imaginación, una alimenta a la otra. Podría agregar la curiosidad, pero mejor lo dejamos para otra contratapa.
El cazador de historias en serio es una especie de monje budista zen. Debe tener los pies y las orejas en el presente, en el hoy, y estar atento a la escucha. Vienen de dónde uno menos lo espera. Viajar en autos compartidos de la aplicación Carpoolear por ejemplo y enterarse de que los conductores son adictos a los romances a larga distancia, y no sabe una si por el placer de conducir o por el amor mismo…
Oír de pronto el nombre de la verdulera boliviana y su explicación: “Filipa, por el padre de Alejandro Magno”, y caer de bruces por el propio prejuicio de pensar que no son gente culta si dedican a vender verduras… Las historias vienen a uno; solo hace falta prestar atención. Y es esa actitud, estar atentos, nuestra mejor defensa en un mundo y una realidad cada vez más adversa.
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