¿Somos los nuevos soldados del colonialismo?

¿Somos los nuevos soldados del colonialismo?

Un periodista presenta la noticia por televisión. En la pantalla se muestra el teatro, las paredes abovedadas, el auditorio; el Crocus City Hall, relata el periodista, la sala de conciertos situada en la ciudad de Krasnogorsk. Imagínense la acústica del escenario, la disposición de los elementos para la transmisión, almacenamiento y reproducción del sonido, continúa la voz en off mientras pasan las imágenes. Piensen cómo la ingeniería acústica ha propagado la vibración. Calla unos segundos, la cámara hace un recorrido por los paneles laterales del teatro. Escuchen los disparos, dice.

La escena parece dirigida a los espectadores, la exhibición del terror cumple su función: hay corridas, hay cuerpos, hay detonaciones y muerte, pero hay, más allá de ese instante del crimen, un consumo de la aguijada, una reproducción de la estética agonizante. La consecuencia de las muertes a causa de las acciones del terrorismo sucede en segunda instancia, su verdadero fin es aterrorizar. Y ese miedo feroz lo agencia no solo quien ametralla sino quien se dispone al espectáculo, cada vez. Como si se tratara de un palíndromo, la escena se desenvuelve de un lado y del otro.

Cortina. El grupo Isis- K, con sede en Afganistán, se adjudica el ataque y, con ese hecho descorre, en algo, una pesada cortina, una fría cortina de hierro. Desde los primeros movimientos del conflicto entre Ucrania y Rusia se volvió a tensionar ese espacio geocultural, esa línea divisoria entre Occidente y Rusia: la re escritura de una guerra fría que enfrenta a Europa y EE.UU. con una Rusia añorando su poder soviético.

Ocurre que el ataque proviene de la misma masa territorial de lo que antiguamente fue la Unión Soviética, sucede que Isis es un grupo islámico que se contrapone a los valores de Occidente. De modo tal que Rusia, por esta acción, queda trasladada hacia el lugar donde levanta sus armas y combate. Palíndromo: leer este texto al revés es pensar que Occidente, con este acto, puede incorporar (aún tímidamente) a su adversario de este lado de la cortina.

El terrorismo clásico establece sus pérdidas dentro de sus estrategias territoriales. El terrorismo del mundo global carece de una reivindicación espacial específica, opera sin distinciones, y puede infligir daños a civiles que no están implicados directamente en el conflicto. Este nuevo terrorismo, según el estudioso franco iraní Farhad Khosrokhavar, nace a partir de la desintegración soviética.

La palabra inmolar proviene del latín: in- mola, nombre de la harina consagrada que se esparcía sobre la cabeza de los animales destinados a un sacrificio. De allí que inmolare pasó a significar: sacrificar. Adoctrinamiento, sugestión, encuadre. El martirio tiene una forma ritual, de tal modo que el que mata en condiciones de terror es el primer sacrificado. La secularización, la politización de la muerte ritual no hace más que darle una significación actual a la representación religiosa que concierne a un pasado inmemorial.

Se pueden identificar dos tipos de inmolaciones: la primera y más clásica concierne a aspiraciones de una comunidad soberana que, frente a la imposibilidad de lograr su libre constitución, abraza la muerte sagrada. Suprimiendo con ella misma y, a partir de ella, al enemigo. El otro tipo de martirio reivindica la realización de una comunidad mundial encarnada por el universalismo islámico, identificando al Mal con Occidente. Este tipo de sacrificio tiene su origen en la desaparición del mundo antiguo que diagramaba el orden mundial según la dicotomía: Este- Oeste. La emergencia de nuevos países musulmanes luego de la caída del imperio soviético que no logran consolidarse en sus independencias a causa del imperialismo del nuevo poder colonial ruso es la fuente de estos grupos.

En la “martiropatía” aquello que constituye una finalidad en las conductas no es la vida sino la muerte. Una construcción mística sobre un Occidente mitificado. Sin embargo, las acciones realizadas en Moscú ponen en crítica esta misma noción bipartita Este-Oeste. Habría que considerar el tratamiento colonialista como la piedra de toque yihadista. Pensar este acto terrorista no como acción contra una figuración simbólica que estuviese engarzada en la cultura occidental, sino como un estallido más de la guerra fragmentada. Esta nueva explosión (de personas y cosas) re definiría la otra escena, nos daría instrumentos gramaticales para un nuevo léxico. No sería un enfrentamiento entre Occidente (Europa, EEUU, OTAN) y Rusia, por el otro lado. Sino una guerra híbrida que pide un proceso de resignificación del concepto de colonialismo.

Puesta en escena. Apago el televisor y voy a Telegram. Un video del interrogatorio a uno de los asesinos que participó del atentado en Moscú, atrapado antes de huir del país. El sujeto está arrodillado, con los brazos atados, habla y tiembla. Alrededor del mismo se ven botas militares. Alguien lo toma de los pelos, luego se ve una tarima y un cable. El sujeto que interroga pregunta si le habían ordenado matar a quien fuera. En ese instante, otra voz ordena que se detenga la filmación. El interrogado mira a la cámara.

El centro de interés del montaje es la dramatización del cuerpo, unida a la excitación de la fantasía que desea provocar en los espectadores. El despliegue dramático de la muerte de una persona (un cuerpo) no es nuevo. La historia conoce la fascinación causada por la “Pasión”, pauta fundamental de la vida cristiana. La escenificación repetida una y otra vez conforma un texto que no es sólo ejemplo narrado de una excitación espiritual, sino a la vez una de sus fuerzas actuantes.

Dondequiera se presenten flagelador y flagelado se encuentran en un ritual sobre el cuerpo y, por ello, el dolor, el tormento, el castigo, el martirio se convierten en un lugar de un montaje. Una acción que supone un público. La puesta en escena es una puesta en tercero. Nunca una relación de dos. Se tensa al máximo al espectador hasta exponerlo a transformarse él mismo en parte de la imagen de los videos del horror.

Una guerra fragmentada donde actúan colonizadores y colonizados. Los colonizados son aquellos sojuzgados a un orden geográfico real y también virtual. Colonizados por la imagen, somos partícipes necesarios de esta guerra que nos arma desde los blandos sillones de nuestras casas.

*Escritora.

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