El actor Milei y la oposición

El actor Milei y la oposición

En tanto actor político, el presidente Javier Milei suele ser caracterizado a partir de su propio auto retrato, tanto por sus partisanos como por acérrimos detractores. Estoy convencido de que esto no ha sucedido por falta de imaginación o pereza intelectual, sino porque la fuerza que ejerce la realidad sobre la creatividad es —por ahora—subyugante.

El actor Milei —quizá resulte necesario recordar que actor se liga con autor (auctor, el que inicia algo)— ha construido un auto retrato exitoso, tanto puertas adentro de Argentina, como hacia el exterior.

Aunque abundan las ocurrencias de seguidores y de críticos, analizadas en conjunto se reducen a la combinación de dos elementos centrales y contrastables: desenfado y sinceridad. Muchas veces se encuentran presentadas de otra forma, por ejemplo, excesivo histrionismo y espontaneidad brutal, falta de pudor y rudeza dialógica.

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En síntesis, el actor Milei se auto retrata como un ciudadano que desafía al poder diciendo verdades (incómodas), lo que el ingenio popular etiqueta como “hablar sin filtro”. Esto parece haber gustado (¿qué dudas caben?) a sus electores, al tiempo que despertó envidia en sus detractores. Concluiré sobre el asunto de la envidia; sin embargo, por ahora solicito paciencia, puesto que se impone una anotación histórica.

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Por supuesto, desenfado y sinceridad no son inventos de Milei, tampoco de sus contemporáneos. Conforman una temática clásica que nos remonta a la Grecia clásica. Cuenta Laercio —en el Libro VI de Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres, texto doxográfico que el gran Michel de Montaigne elogió sin titubeos— que fue Diógenes de Sinope quien impuso la reflexión sobre la relación entre desenfado y sinceridad.

Con sus acciones, Diógenes desafío a su época a través de la anaideia (algo así como desvergüenza, lo opuesto a aidós: respeto, modestia y pudor) y la parresía (la verdad dirigida a los poderosos de manera desafiante). Así, desenfado y sinceridad tienen algo de desfachatez, descaro y frescura, a lo que se sumaría la temeridad.

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Esto último se relaciona con el viejo asunto de las verdades privadas y las mentiras públicas, de modo que podría agregarse que, en el actual contexto, el actor Milei encarnó bien al sujeto capaz de asumir el riesgo de decir lo que muchos piensan en privado, pero no tienen las agallas para decir en público.

En este sentido, el presidente ha logrado un auto retrato cuyos efectos son mágicos en la cultura política: estar cercano y distante de sus electores simultáneamente.

Resulta cercano porque, según mascullan sus electores, dice lo que muchos pensamos; sin embargo, ellos también reconocen, y ahí se abre la brecha de distanciamiento, una persona corriente no podría hacerlo.

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En resumen, Milei cumple con los dos principios básicos que caracterizan a la representación efectiva: similitud y diferencia (o, de otra manera, parecido/jerarquía). Una mezcla rara, pero poderosa.

Para tomar puntos de referencia, cabe recordar que Carlos Menem usufructuó el desenfado, pero no estaba interesado en las verdades. Es más, llegó al poder mintiendo, aunque sus mentiras hayan sido las típicas “nobles mentiras”. Y, por su parte, la gran parresíastes de la escena nacional, Elisa Carrió, quién llegó a verse a sí misma como la encarnación de la República, nunca se acomodó al papel del desenfado.

En este contexto, la personalidad política del presidente Milei (esa mezcla rara y mágica descrita líneas atrás) ha despertado sentimientos y pasiones encontradas en los opositores. Los efectos que la personalidad política del presidente genera son tan poderosos que hasta Cristina Fernández de Kirchner ha sucumbido ante ellos.

En un primer momento, Fernández se refería a ellos de manera elíptica, casi como restándoles importancia; luego, como quedó demostrado en sus últimas alocuciones, no ha escatimado en personalizar y subjetivar este asunto.

La oposición mira la personalidad política de Milei con envidia. Y ello es así porque, en el fondo, echan de menos que entre sus filas no exista alguien parecido a él, es decir, con ese desenfado y brutalidad dialógica

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La envidia, para quién otrora acaparó los reflectores públicos, provoca extrañeza. La envidia —ese extraño asunto que se da entre personas semejantes— genera una zona de indeterminación. Así, presa de la envidia, la oposición cree tener ante sí dos rutas de acción en torno a la personalidad política y las acciones de gobierno del presidente. No obstante, su composición es diferente, por lo que elegir entre ellas conlleva una responsabilidad histórica.

Una ruta consiste en separar personalidad y acción política, dándole todo el papel protagónico al primer componente. De esta manera, Milei, más allá de sus ideas y acciones políticas, sería como una gran roca que hay que remover, pero para ello se requeriría una fórmula mágica parecida a la que tiene el obstáculo o, de ser posible, de una calidad superior. Esto conduce a que la oposición se enrosque a sí misma en la búsqueda de ese tipo de personalidad, aunque ello suponga relegar ideas e ideologías.

La otra ruta apuesta a que las acciones políticas emprendidas por Milei, aunado al ejercicio del poder, corroan los efectos mágicos de la personalidad política. Aquí, la oposición acude a las enseñanzas de la historia: todo gobernante termina siendo hipócrita.

Acudiendo a los griegos, nuevamente, el hipócrita sería el actor que interpreta y ejecuta la representación. En otras palabras, la actuación política en sí misma disolvería la magia de Milei. Sin embargo, la oposición también apela a un pronóstico, a una valoración epistémica ex ante: el resultado de las acciones políticas será desastroso.

Concluyendo, ambas rutas de acciones tienen senderos fuera de su control. Las personalidades políticas no son fácilmente manipuladas en laboratorios políticos, ni siempre los efectos de las acciones de gobierno son del todo predecibles. La oposición quizá quiera transitar por ambas rutas, aunque no sé si ello sería posible. Lo cierto es que, en medio de esta trágica comedia, no estaría demás advertir que el peso de responsabilidad política que recae en sus espaldas es mayúsculo.

*Investigador del CONICET, Licenciado en Economía, Doctor en Filosofía

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