La gira de Xi Jinping por Europa: un emperador en París

El presidente chino Xi Jinping rompio un ausencia de cinco años y regresó esta semana a Europa con el tono de suficiencia que se debe reservar a los jerarcas de las potencias determinantes. Nada que sorprenda. Xi dirige la segunda economía del globo y es el principal socio comercial del bloque al cual factura un superávit extraordinario de US$325 mil millones anuales, que se triplicó en ese lustro de su ausencia. Pero el viaje tiene otros estímulos.

El regidor vitalicio chino intuye que si EE.UU. gira al aislamiento en las elecciones de noviembre, se debilitará el atlantismo de modo que alcanza sentido acercarse a una Europa que se verá obligada a una novedosa autonomía. No es, sin embargo, un sendero sencillo a recorrer.

La interdependencia económica entre los dos bloques condiciona también a la República Popular. Sus anfitriones en París, la escala de mayor importancia de la gira, el presidente Emmanuel Macron y la titular de la Comisión Europa, Úrsula von der Leiden, mantuvieron el mismo tono que el visitante con un cruce de reclamos en un amplio abanico, desde el conflicto ucraniano a condiciones de apertura y comercio equilibrado, que no es claro si China está dispuesta a satisfacer.

Xi regresó a Europa sin atender reproches, concentrado en reafirmar la importancia de su estructura económica y por lo tanto sus derechos como un socio imprescindible. Hay una variedad de conflictos en esa visión. Un eje clave es la guerra de Ucrania que el líder comunista considera que no lo involucra.

En una columna en Le Figaro, Xi sostuvo que “China entiende las repercusiones de la crisis de Ucrania en Europa”, pero “Beijing no ha estado en el origen de este asunto, no es ni parte, ni participante” y repite “sus deseos” de paz. Se necesitaría mucho más.

La situación se ha complicado. El autócrata ruso Vladimir Putin acaba de sugerir que podría utilizar armamento nuclear en la guerra si la OTAN, como ha planteado Macron, envía tropas al país europeo para equilibrar el terreno.

Esa amenaza como la del líder francés posiblemente se limita a palabras. Cualquiera de los dos movimientos desataría una guerra mundial mucho más catastrófica que las anteriores. Putin lo sabe y revolea esa pesadilla reclamando respeto desde un extremo usual de alta irresponsabilidad. Macron, a su vez, busca llamar la atención en lo que reconoce como “un peligro mortal” para Europa detrás de una victoria del Kremlin sobre Kiev.

El presidente chino Xi Jinping (i) y el primer ministro húngaro, Viktor Orban (d), hacen una declaración después de sus conversaciones oficiales en el Monasterio Carmelita, la sede del primer ministro, en el barrio del Castillo de Buda en Budapest. Foto AFPEl presidente chino Xi Jinping (i) y el primer ministro húngaro, Viktor Orban (d), hacen una declaración después de sus conversaciones oficiales en el Monasterio Carmelita, la sede del primer ministro, en el barrio del Castillo de Buda en Budapest. Foto AFP

No es la amenaza de guerra atómica lo único que tiene en mente el presidente francés o la mayoría de sus colegas de la UE. Observan el peligro de la configuración de un eje alterno con potencial transformador del planeta a partir de un hegemón autoritario.

Ucrania es el escenario de esa disputa superestructural que el régimen chino ha explicado más de una vez sin reproches a Rusia y dando categoría de comprensible a la razón de la ofensiva sobre el país europeo. Lo justifica en una supuesta OTAN agazapada. Lo cierto es que la nomenklatura de Beijing visualiza una victoria propia en una eventual derrota de Ucrania. Supone que será el primer paso del mundo que viene.

"China debe detener a Rusia"

Van der Leiden planteó la calidad del problema en términos más rígidos. Le reclamó a China que intervenga con su aliado y cese la ayuda indirecta pero efectiva que le brinda a Rusia con un universo de productos duales tanto útiles para la paz como para la guerra.

Lo hizo con una advertencia. “Se debe entender que la naturaleza existencial de la amenaza derivada de esta guerra tanto para Ucrania como para Europa afecta también las relaciones de la UE con China”. Como notó Roger Cohen en The New York Times, “es inusual para un alto ejecutivo de la UE describir el conflicto en Ucrania como una amenaza existencial”. Es la gravedad de la etapa.

El argumento de Van der Leiden ata el vínculo comercial a esas urgencias de détente. Hay ahí una dimensión que preocupa a Beijing, el llamado “de-risking”, la autonomía para reducir el riesgo. Un capítulo que aprendió el mundo tras la invasión rusa y también antes con la pandemia. Significa que no es posible depender de contrapartes imprevisibles.

Moscú era el principal proveedor energético de Alemania y de ahí a Europa Central. La guerra desnudó el peligro de esa dependencia. China, por su mano de obra barata, concentró los principales laboratorios farmacéuticos internacionales en sus fronteras, pero cuando estalló el Covid no se les permitió enviar insumos a sus países. La prioridad era China.

El presidente chino, Xi Jinping, asiste a una ceremonia de bienvenida celebrada por el presidente serbio, Aleksandar Vucic, previo a sus conversaciones, en Belgrado. Foto XinhuaEl presidente chino, Xi Jinping, asiste a una ceremonia de bienvenida celebrada por el presidente serbio, Aleksandar Vucic, previo a sus conversaciones, en Belgrado. Foto Xinhua

La fórmula del “de-risking” en gran media, o casi toda, es también una máscara del proteccionismo. Un dispositivo que gana mayor visibilidad con un comercio desbalanceado, en especial si ese desequilibrio se alimenta de ayudas estatales a la industria china.

“De-risking” pronuncia también la jefa de Economía de EE.UU., la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, cuando propone a las empresas de su país que abandonen China un movimiento que extiende a la banca y logra esmerilar la inversión extranjera directa en la República Popular.

Beijing reprueba esa estrategia y ha hecho esfuerzos –en este viaje claramente-, para reforzar su influencia en Europa y contrarrestar una narrativa que atribuye a Washington. El diario Global Times, del PCCH, acaba de urgir a la UE que evite ser "controlada por terceras partes", referencia explícita a EE.UU.

Una acrobacia dialéctica que casi recuerda a Richard Nixon y Henry Kissinger seduciendo a la china maoísta en el inicio de la década de los ‘70 para separarla de la Unión Soviética. En el escenario actual, abusando de la noción de “autonomía estratégica” que sostiene Macron, es decir sin o con menos EE.UU., atento, claro, a lo que ocurra en las urnas norteamericanas de noviembre.

Dumping explícito

China tiene mucha tarea por delante si quiere jugar en esa grieta que le ha funcionado bien en cierta medida con el sur mundial. Bruselas como Washington, además de la supuesta neutralidad de Beijing en el conflicto militar europeo, reprochan que los excedentes extraordinarios de la industria china golpean a los fabricantes occidentales debido a lo que denuncian como un dumping explicito.

La Comisionada de Competencia de la UE, Margrethe Vestager, anunció recientemente una investigación sobre los fabricantes chinos de turbinas eólicas. Sucede que sus precios son hasta 50% más bajos que los europeos y se saldan con pagos diferidos.

Es decir, en esa teoría, irían sobre el mercado apalancados en los subsidios sin preocuparse por la ganancia. Yelen ha reaccionado a estas prácticas afirmando que EE.UU. nunca aceptará que “las industrias norteamericanas sean diezmadas por las importaciones chinas”. De ahí la batalla arancelaria y el proteccionismo, también explicito.

Un ejemplo gravoso es el de los autos eléctricos, un nicho colosal de las automotrices de la República Popular cuyo precio a la baja ha provocado ya una caída de las acciones de Tesla, el buque insignia de estos vehículos del multimillonario Elon Musk.

China se desentiende de ese debate sosteniendo que brinda el mercado de mayor tamaño en el mundo con una clase media consumidora de casi 500 millones de individuos, equivalente a casi toda la población de la UE. Suficiente en tamaño incluso para fijar precios.

Los europeos replican que constituyen el mercado libre más grande del globo y condenan que los chinos se abusen de la hospitalidad económica del bloque. La tensión se agudiza, además, con una economía global muy estrecha. En un cuarto pequeño, se sabe, los codos comienzan a presionar sobre las paredes.

No es casual entonces que Xi se haya esforzado en esta gira para exhibir sus músculos. La visita coincidió con el 25 aniversario del fallido ataque de la OTAN en Belgrado que destruyó la embajada china en esa ciudad durante la guerra de Kosovo.

Washington, que ha pedido disculpas desde entonces, atribuyó el incidente a mapas antiguos que usó la CIA que no mostraban la legación diplomática en ese sitio. Disculpas nunca totalmente aceptadas.

Xi viajó de París a Serbia, donde ya estuvo en 2016, para honrar a los tres muertos chinos en aquel ataque, una acción que le permite censurar a la OTAN como una fuerza agresiva antes y ahora. La intención para remover ese pasado es trasparente. Cuando aquello sucedió la República Popular era 16 veces menor en poder económico y político que la actual. El presente no admitiría subestimaciones.

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