Carlos Mugica, el cura villero que vivió en carne propia el final amargo de los años 70
Carlos Mugica, el cura villero que vivió en carne propia el final amargo de los años 70
Cincuenta años después de un atentado terrible —fue acribillado indefenso el 11 de mayo de 1974 a la salida de la iglesia San Francisco Solano, en el barrio de Villa Luro, luego de celebrar la misa— el padre Carlos Mugica sigue siendo un personaje tan moderno, seductor y polémico como lo era en la época en la que le tocó vivir y morir.
De la elite porteña a la villa de Retiro; del antiperonismo al peronismo; del orden conservador a la revolución guerrillera; del capitalismo al socialismo; de la derecha a la izquierda, Mugica fue protagonista estelar y víctima emblemática de los cambios que alimentaron tantos sueños e ideales, pero que derivaron en la tragedia de los setenta.
Exponente de la década del sesenta, moldeado por el masivo deseo juvenil de un cambio súbito, no muy bien definido, para archivar una sociedad tradicional y pecadora, fue, por encima de todo, un cura comprometido con la opción preferencial por los pobres del Concilio Vaticano II, que adaptó la Iglesia Católica a los nuevos tiempos.
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Tanto fue así que integró la primera camada de “curas villeros”, de sacerdotes que dejaron la comodidad de sus parroquias y fueron a instalarse en las villas de emergencia de la ciudad de Buenos Aires.
Claro que su energía desbordante y su pasión a toda prueba y en todos los campos, desde la plegaria y la ayuda social a la política y el fútbol, muchas veces le hicieron olvidar ese carácter “preferencial” por los pobres, en especial cuando el descubrimiento de ese mundo ajeno lo condujo al peronismo, otra novedad para quien había nacido en cuna de oro y pertenecía a una familia refractaria al general Juan Perón y sus seguidores.
Carlos Mugica, el cura villero
Tenía la palabra tan fácil y un rostro tan televisivo que se volvió una figura popular y controversial por sus elogios desmesurados a Perón, los pobres, el socialismo y China, y sus diatribas exageradas contra los antiperonistas, los ricos, el capitalismo y Estados Unidos. También por su postura sobre la lucha armada, favorable o, al menos indulgente, hasta que el peronismo volvió al gobierno, en 1973; decididamente en contra luego.
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Elegante, rubio y de ojos celestes, deportista dedicado, atraía a hermosas mujeres que lo ayudaban en las múltiples tareas de promoción social que se había impuesto en la villa de Retiro. Una de ellas, Lucía Cullen, también un retoño del patriciado porteño, fue el amor de su vida, aunque al parecer platónico porque aseguraba que no estaba dispuesto a dejar la Iglesia y era un enérgico defensor del celibato.
La muerte de Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe puede ser vista como una muestra de las dificultades del peronismo para digerir sus peleas internas en forma pacífica, civilizada.
La historia oficial indica que fue asesinado por la Triple A, el escuadrón paraestatal con vértice en el ministro de Bienestar Social, José López Rega, también secretario privado presidencial, primero de Perón y luego de su sucesora, María Estela Martínez de Perón, más conocida como Isabel o Isabelita.
Así lo estableció el polémico juez Norberto Oyarbide en 2012, pero su insólita “declaración” presenta varios puntos débiles, no solo en su intento de culpar a la Triple A por un crimen que muchos siguen atribuyendo, dentro y fuera del peronismo, a la cúpula de Montoneros, que en aquel momento disputaba salvajemente con Perón la conducción de esa fuerza política, el gobierno y el país.
Además, Oyarbide excluyó a Perón de cualquier responsabilidad tras haber intentado inculpar y extraditar desde España a Isabel Perón. El detalle que vuelve inexplicable esas decisiones —al menos, desde el punto de vista del derecho— es que Mugica fue asesinado cuando el presidente era Perón y no su esposa.
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Hay quienes consideran que en aquel momento Perón estaba tan anciano y enfermo que no pudo impedir que López Rega ordenara la muerte de Mugica, con quien se había peleado a fines de agosto del año anterior. Otros, como el periodista y ex montonero Miguel Bonasso, van más allá y afirman que el mandante del asesinato fue, lisa y llanamente, Perón.
Claro que no se entiende bien por qué Perón buscaría la muerte de Mugica, que era uno de sus principales defensores, tanto en los medios de comunicación —allí se movía como pez en el agua— como en los encuentros y actos políticos, donde criticaba duramente a Mario Firmenich, el jefe de Montoneros y su ex discípulo en la Acción Católica.
Por esas críticas y por impulsar la ruptura de Montoneros a través de la creación de la Juventud Peronista Lealtad, el cura venía recibiendo amenazas de muerte, que él atribuyó a Montoneros en conversaciones con distintas personas, entre ellos el periodista Jacobo Timerman, el dirigente Antonio Cafiero y sus alumnos de la Universidad del Salvador.
Sin embargo, el asesinato excedió las tensiones dentro del peronismo; reflejó también las contradicciones en la Iglesia y en la sociedad.
Porque los montoneros no solo desbordaron a Perón sino también a Mugica y a tantos curas que los habían educado en el catolicismo. Es que ese grupo guerrillero nació en las sacristías, los campamentos de la Juventud de la Acción Católica, las misiones rurales a las zonas más pobres del país y las tareas de promoción social en las villas miseria y barrios carenciados.
Lo expresaba muy bien uno de sus cantos en las manifestaciones: “San José era radical, San José era radical. Y la Virgen, socialista, y la Virgen, socialista. Y tuvieron un hijito: ¡montonero y peronista!”.
Montoneros nació en las sacristías, los campamentos de la Juventud de la Acción Católica, las misiones rurales a las zonas más pobres del país y las tareas de promoción social en las villas miseria y barrios carenciados"
Aunque a la Iglesia local le sigue costando mucho abordar esa realidad histórica, al principio de su papado, el 28 de febrero de 2014, el Papa Francisco realizó una autocrítica sobre la “mala educación de la utopía” de tantos jóvenes, en una charla con los miembros de la Comisión Pontifica para América Latina.
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“Nosotros en América Latina hemos tenido experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y que, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó, y al menos en el caso de Argentina podemos decir: ¡cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años 70!”, afirmó.
Mugica pagó con su vida esas contradicciones de una época en la que tantos creyeron que la violencia podía ser la partera de una sociedad de iguales, sin pobres ni explotados"
En simultáneo, en el otro extremo de la Iglesia, una legión de sacerdotes apoyó primero al gobierno de facto del muy ortodoxamente católico general Juan Carlos Onganía y luego a la dictadura de otro general muy católico, Jorge Rafael Videla, la más sangrienta de la historia.
La Iglesia estuvo de los dos lados del mostrador de la violencia política de los sesenta y setenta; un sector bendijo a los revolucionarios y otro a los contrarrevolucionarios.
Mugica pagó con su vida esas contradicciones, que, en realidad, fueron mucho más allá de él y de la Iglesia porque pertenecieron a una época en la que tantos creyeron, no solamente en la Argentina, que la violencia podía ser la partera de una sociedad de iguales, sin pobres ni explotados.
En ese sentido, el monje benedictino Mamerto Menapace, que lo conocía muy bien, sostuvo luego del atentado que, si en algún momento pudo haber tenido una postura “un poco ambigua” sobre la violencia, “en los últimos meses de su vida su actitud había quedado bien clara, y con su asesinato pagó largamente todos los errores que pudo haber cometido en el pasado. Su muerte vino a confirmar el compromiso que verdaderamente había asumido: estaba dispuesto a morir, pero no a matar”.
*Periodista y escritor, extraído de su último libro: “Padre Mugica”.
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