Improvisar no es para todos, por Sergio Sinay

Improvisar no es para todos

La improvisación es un arte. Y también puede resultar simplemente ineficiencia y torpeza. Es, además, un arte que alcanza su mayor validez en el arte, valga la redundancia. En la música y en el teatro principalmente, aunque también puede hacerlo en la pintura y en la literatura. En 1990 el músico y educador estadounidense Stephen Nachmanovich, célebre por sus improvisaciones como violinista, le dedicó un libro (titulado Fair Play) en el que analiza los valores de este fenómeno tanto en el arte como en la vida. “La creación espontánea, escribe allí, surge de lo más profundo de nuestro ser. Lo que tenemos que expresar ya está con nosotros, es nosotros, de manera que la obra de la creatividad no es cuestión de hacer venir el material sino de desbloquear los obstáculos para su flujo natural.”

En realidad, nunca se improvisa a partir de la nada, sino sobre la base de experiencias vividas, de materiales preexistentes y de la rica arcilla que anida tanto en el inconsciente individual, como en el colectivo, de los cuales tomamos, lo sepamos o no, ingredientes para nuestros sueños, nuestros mitos, nuestras inspiraciones e intuiciones. En la vida y en el arte (que a su vez se nutre de la vida y la embellece al tiempo que ayuda a comprenderla) la improvisación suele ser motivo y razón de momentos luminosos, de epifanías maravillosas y trascendentes.

La política y la gobernanza son también artes, a su manera. Pero, a diferencia de la música, el teatro, la pintura o la literatura, ellas jamás se enriquecen de la improvisación, sino todo lo contrario. En su trabajo conjunto titulado Gobernanza inteligente para el siglo XXI el inversor y filántropo Nicholas Berggruen y el periodista y ensayista Nathan Gardels la definen como la articulación de la cultura, la política y la economía de una sociedad (en ese orden) para la conformación del bien común. A través de los siglos y las distancias nuestro Manuel Belgrano ya lo sabía y coincidía con ellos cuando dijo: “Trabajé siempre para mi patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método no desorden; disciplina, no caos; constancia, no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia.”

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El actual gobierno nacional actúa como una orquesta o un grupo teatral entregados a la improvisación fuera de tiempo y lugar. Las decisiones avanzan y se retrotraen, funcionarios nombrados son eyectados día a día por razones oscuras, que se dejan trascender como conspiraciones, centenares de puestos claves del sistema estatal no se cubrieron y muchos de los nombres a quienes se les asignan cargos o candidaturas provienen de las filas de lo que el iracundo Presidente llama la “casta”, a la que, según él, vino a eliminar. A la hora de conseguir leyes la improvisación y los desencuentros entre los integrantes de las anémicas filas legislativas del oficialismo son el pan de cada día. Visto desde afuera podría considerarse como una comedia de los hermanos Marx, pero vivido en el país, y cuando la vida, el trabajo y el futuro de millones de personas depende de decisiones, planes y políticas gubernamentales es demasiado peligroso. Antes que una asociación delictiva (como se lo caracteriza livianamente) el Estado es una institución esencial de la vida en sociedad, y su conducción virtuosa y democrática requiere talento, visión y empatía social antes que improvisación y furia. Hay que saberlo antes de aspirar a conducirlo (y no a dinamitarlo). Después puede ser tarde para todos. Para gobernantes y gobernados. El gran William Shakespeare (1564-1616), cuyas tragedias incluyen arte, política y profundo conocimiento del alma humana, afirmaba: “Las improvisaciones son mejores cuando se las prepara”.

*Escritor y periodista.

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