Secreto de Estado – LA NACION


Los militares presionaron a Isabel Martínez a que renunciara en 1976, tal cual lo había hecho su marido, Juan Domingo Perón, en 1955, frente a una junta de generales. “El Ejército –escribió entonces el fundador de justicialismo– puede hacerse cargo de la situación, del orden, del gobierno”. Asumía la Revolución Libertadora.

Pero la tercera esposa de Perón se negó a hacerlo –”Creo prudente delegar temporalmente el Poder Ejecutivo Nacional en las FF.AA.”, le habían escrito para que firmara–; en vez del exilio dorado que le prometían en España si lo hacía, prefirió permanecer presa aquí cinco años, tres meses y once días. Tal es lo que se desprende del libro Isabel, en el que Facundo Pastor, cuenta la vida de la expresidenta.

Si este episodio ya es de por sí llamativo, por lo desconocido, mucho más sorprende una crocante infidencia de otro tenor: el empeño que, para cuidarla en la residencia de El Messidor, primer lugar donde estuvo confinada, puso Modesto Villaverde, jefe del escuadrón Puyehue de la Gendarmería Nacional.

Ella lo llamaba por el apellido. Pero él era un protector demasiado atento. Había química.

Ambos protagonistas, ya nonagenarios, sellaron sus bocas y nunca dieron detalles.

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