Unas primarias de verdad
No hay política democrática sin reglas de juego que garanticen la competencia entre dos o más partidos y tampoco la hay del todo sin dos o más partidos en condiciones de competir por acceder al gobierno.
Tiene que haber una Constitución, claro, y tienen que existir quienes la respeten y -a su amparo, nunca sobre ella- breguen por el cumplimiento de sus preceptos.
Tienen que existir derechos ciudadanos garantizados y tiene que haber ciudadanos que asuman, ejerzan y defiendan responsablemente esos derechos.
Son numerosos los ejemplos en nuestra historia de reglas de juego político que existen pero no se cumplen y de juegos políticos que se desarrollan al margen de las reglas existentes. Todo esto viene muy a cuento para subrayar la importancia de lo que va a suceder este domingo en la Argentina.
Que no es solo la elección en primarias simultáneas, abiertas y obligatorias de los candidatos de cada coalición o fuerza política que competirán por la presidencia y la renovación legislativa, sino un momento en el que dicha elección pondrá mano a mano y bajo escrutinio ciudadano a la dirigencia política. Y a esta, a su vez, cara a cara, unos con otros, en una competencia que no tendrá, a priori, ganadores cantados, ungidos a dedo o dueños de los votos cautivos.
Habrá esta vez primarias competitivas y relevantes, que son algo más que una encuesta electoral y una medición del humor del electorado (el cual, ya sabemos, no es muy bueno por estos tiempos). Tampoco un ensayo de primera vuelta electoral, aunque se parecerá un poco a esto y así será tenido en cuenta.
Volvamos un instante al contexto: un sistema político democrático no se distingue solo por el libre juego de la oferta y la demanda electoral sino por la interdependencia recíproca que se expresa en las prácticas y reglas escritas y no escritas que organizan la competencia por el poder político. Y sobre todo, por la existencia de mayorías y minorías cambiantes, de dirigentes preparados para ser mayoría o minoría según el dictamen del voto popular.
Cuando quienes nos representan se acostumbran a no tener garantizado a priori el lugar del oficialismo o de la oposición. Nos han querido acostumbrar a lo contrario, a las “mayorías naturales” que minusvaloran el lugar de las minorías y las minorías incapaces de pensar en destinos colectivos que las trasciendan. A confundir la continuidad con la perpetuación en el poder y el cambio con el salto al vacío.
Reglas previsibles, resultados inciertos: eso es lo que distingue a una democracia cabal. Y eso es lo que vamos a experimentar, según parece. ¿Estarán a la altura? ¿Estaremos a la altura?
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