Milei simula victoria, pero cede con Macri; la derrota impone reglas
A Milei lo pusieron a parir con la ley que muy anticipadamente creía aprobada, porque para eso había admitido recortes muy a su pesar. Y Milei, que ahora sufre en la realidad la complejidad de la política, que tanto simplificó en su discurso electoral, sale a parir a Macri al que antes, fortalecido por el balotaje, había frenado.
La política puede ser heterodoxa o, mejor dicho, hereje, pero tiene reglas y una dinámica que, aún en la extravangancia, se impone a los caprichos. El choque final de la ley ómnibus es un muestrario del estado general de las cosas en el país y de que, si bajan al barro de la política los que se sienten los elegidos del cielo, deben comprender que esto es otra materia, no una religión.
En primer lugar, la flaca representación legislativa de la Libertad Avanza y la tosquedad, por así llamarla, de su conducción, es producto de la cosecha electoral de octubre, en la que Milei salió segundo con el 29 por ciento de los votos. Si con intención se invoca el 56 por ciento de la segunda vuelta para reivindicar la necesidad de cambios, lo cierto es que el cantaclaro para el Congreso fue otro, mucho menor.
Hay, entonces, un desfasaje entre una cifra, la que la gente votó para terminar con el pésimo gobierno de Alberto y Cristina, y la que sólo le dio a Milei 38 diputados y 7 senadores. Una realidad inamovible con la que el presidente debe lidiar al menos hasta que se haga la otra elección en 2025 o vaya a un acuerdo con sus afines antes del 1 de marzo, como se insinúa. Para superar esa dificultad deberá tener una estrategia política, no insultos disparados a mansalva, para establecer alianzas más sólidas que las que surgen de un café con el ministro del Interior o conversaciones ásperas con Santiago Caputo, el enfant terrible de Milei cuyos modos están colmando la paciencia de varios de sus interlocutores.
Al concederle una cuota importante de impericia, como justificativo para el inocultable amateurismo de un gobierno cuasi familiar, se está echando una mirada piadosa a un método que debería ser una excepción, no la anormal habitualidad.
La ley Omnibus capotó y si no hubiera sido por la advertencia pública de Miguel Pichetto, cuya experticia legislativa brilla en medio de la oscuridad, la iniciativa de Milei hubiese sido una cáscara vacía que, además, corría -cualquiera podía calcularlo- más que serios riesgos en el Senado.
La explicación que más se escucha es que Milei se maneja con otros parámetros, podría decirse, que la razón no entiende, transformando la política en un acto de fe. Por eso la reacción ante la adversidad es inquisitorial, visceral, desconociendo el cercano y acertado axioma menemista de que el que se calienta en política, pierde.
Milei tiene que ofrecer en un plazo no demasiado largo una baja perceptible de la inflación. Hasta ahora, en ese sentido, ha hecho dos cosas importantes: controlar la emisión y controlar la calle. Es fundamental para el gobierno conservar el control de esas dos variables, íntimamente conectadas. Ese es el comienzo. El final, si hay un final, será si la inflación comienza a bajar y la gente siente el cambio.
Al conocer el rostro de la derrota, Milei soltó a las fuerzas del cielo a apostrofar al que cuadrare: como dice el senador Luis Juez, salió a tirar perdigones con una escopeta y le pegó a todo el mundo. Los posteriores gestos de reparación no alcanzaron a mitigar las ofensas gratuitas producto de la irreflexión y la calentura.
Sin embargo, lo que a todas luces fue una debacle legislativa, para Milei fue un triunfo. Le sirvió para su táctica divisiva entre los buenos y los malos, la vieja política agonal que tanto daño viene haciendo en la historia argentina. Pero comete un error no menor: sus críticas cementan a la oposición, aún la más dialoguista, en vez de dividirla. En otras palabras, los consensos son, para el Presidente, acuerdos oscuros, casi delitos cuando no corruptos. El unitarismo de Milei -nos remontamos a Urquiza, es decir a 1852- forma parte de su religión: las provincias son solo sinónimo de gastos y, muchas veces (con razón) dispendiosos, para ser benignos.
La ausencia física de Milei en los momentos cruciales del debate despertó críticas y suspicacias. En un gobierno donde el poder está híperconcentrado, los embajadores que dejó aquí para cerrar el negocio tenían las manos atadas, por temor o por torpeza. ¿Debió haber postergado su ansiado viaje a Israel hasta no obtener la aprobación de la ley? Ahora el Presidente anoticia a todos que no es imprescindible para su gobierno. Si así lo fuera, no se justifica el alboroto y la colección de insultos que les propinó a adversarios y potenciales aliados.
Milei no concede confianza o la entrega en dosis homeopáticas. Quienes negocian en su nombre siempre tienen la guillotina amenazando su cuello. El despido de Giordano y de Royón es un ejemplo de la venganza en directo. El cordobés es un técnico reputado en el ANSES y pagó por el voto en contra de su esposa; la salteña, que venía de la administración Massa, fue eyectada por los votos adversos de los salteños. El que las hace las paga, parece decir Milei extrapolando a Patricia Bullrich, una práctica difícil de digerir.
Pero la realidad se impone. La propuesta a Mauricio Macri de un acuerdo de gobierno parece ser en borrador la admisión de la debilidad, por lo menos, legislativa. Hay un retorno a diciembre, cuando el ex presidente ofrecía colaboración a Milei que se sentía lo suficientemente fuerte como para no aceptarla. Y, además, le acababa de quitar la dama, llevándose a Patricia Bullrich sin negociarlo con Macri. Ahora Patricia, que ha conspirado contra su exjefe para desbancarlo del PRO, deberá enfrentarse a esta nueva situación.
El interbloque que se concretaría en el Congreso mejoraría los números del oficialismo, aunque seguiría en minoría y precisaría alianzas de quienes acaba de calificar de corruptos y antipueblo. Una incontinencia verbal -y digital- propia de su exaltación.
Se alejó de los cordobeses y habrá que ver si el desembarco del macrismo en su gobierno tiene volumen: se habla de María Eugenia Vidal en la ANSES, Ritondo presidiendo el interbloque (Zago iría al banco) y Diego Santilli esperaría su turno para entrar en Balcarce 24. Posse, el jefe de gabinete, forma parte del núcleo de poder: “No le conocemos la voz”, se queja un gobernador afín a las ideas del gobierno. Otros, hablan de una administración paralizada por falta de gestión.
Milei dijo que Francos está más firme que rulo de estatua para aventar el rumor de que en el acuerdo con Macri el ministerio del Interior estaría en juego.
Un último dato: comenzó el fuego amigo sobre Santiago Caputo. ¿Lo alimentan los vientos del sur que rugen en Cumelén, donde pasa sus vacaciones Macri?
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