La rara pasión inmobiliaria de Juan Grabois, Hebe de Bonafini y Milagro Sala
La rara pasión inmobiliaria de Juan Grabois, Hebe de Bonafini y Milagro Sala
El perfil de urbanista que buscó adquirir Juan Grabois con sus iniciativas para mejorar los denominados barrios populares no fue muy diferente, en los mecanismos, a los procesos utilizados por otros personajes vinculados al kirchnerismo y, sobre todo, a los fondos públicos.
Hizo punta el “joint venture” de negocios inmobiliarios más impensado, el que formaron Hebe de Bonafini a la cabeza de Madres de Plaza de Mayo y Sergio Schoklender, con su plan “Sueños Compartidos”. Más tarde apareció Milagro Sala con la agrupación Tupac Amarú. Ahora Grabois con su Secretaría de Integración Socio Urbana.
El recorrido siempre es el mismo. Mucha cercanía con el poder de turno, que se utiliza para obtener mucho dinero, que no es acompañado por los correspondientes controles, gastos con poca justificación, corrupción, falta de auditorías, escándalo…
Lo notable es que ante la angustiante falta de viviendas (en calidad y en cantidad) a todos los personajes les surge la pulsión por la urbanización, una ciencia terriblemente complicada.
Es verdad que la vivienda, o en términos más llanos el sueño de la casa propia, es un concepto a tiro del dirigente o gobernante que las promete de a miles o cientos de miles. Pasa en todas las provincias.
“Vamos a hacer las viviendas que el Estado no hace” parece ser la idea que alineó a los dirigentes sociales arriba citados.
Pero el urbanismo es cosa seria.
Construir un barrio es mucho más que dibujar una trama de calles y poner un edificio al lado del otro hasta completar las cuadras. El urbanismo involucra el diseño del espacio físico, pero también aborda su influencia en la sociedad y en la vida particular y social de sus habitantes, en el día a día de las personas que viven y que lo transitan. No sólo se diseñan las casas y los edificios sino también se organizan y planifican sus interacciones y los espacios que lo completan: los parques, las calles y avenidas, la movilidad.
La línea que divide una buena urbanización de un ghetto es muchas veces invisible. Y los errores se pagan después. Lo que funciona en un render a veces no sirve en la realidad.
El urbanismo también debe tener en cuenta el bienestar de las personas y los efectos físicos y psicológicos que el diseño de la ciudad tiene sobre los ciudadanos, por eso atiende aspectos como los niveles de ruido, la contaminación, la iluminación y cantidad de zonas naturales o espacios verdes.
Después está el problema de que muchas veces las casas no se terminan y toda la inversión puesta allí resultó inútil. O se terminan pero no se escrituran. Esto tiene un doble efecto. El adjudicatario queda “enganchado” al político o dirigente que le gestionó la vivienda. Pero el valor de mercado de esa vivienda tiene un valor menor porque está “floja de papeles”. Está estudiado que la escrituración es un factor fundamental: mejora la calidad del complejo de viviendas o el barrio.
Pero los sueños compartidos, los barrios Tupac Amarú o la SISU son también emergentes de gobiernos que se desentienden del problema de la vivienda y tercerizan en manos amigas. Como manos amigas también se podría contar a empresas constructoras que tienen buenos vínculos con los gobiernos provinciales o los institutos de vivienda correspondiente.
En el año 2000, una evaluación oficial resaltó con crudeza la realidad de los planes de vivienda oficiales. Tiene plena vigencia: “Las acciones públicas en materia de política habitacional en la Argentina se han caracterizado por ser poco estables, parciales y, en muchos casos, inconsistentes con otras políticas del gobierno. Han sido también fragmentadas institucionalmente, incapaces de abordar el problema habitacional de los grupos de menores ingresos en toda su magnitud, fomentando la construcción de viviendas de costos incompatibles con la capacidad de pago de la población meta, o beneficiando a familias de niveles de ingresos superiores, por citar algunos de los principales problemas detectados”.
Lo escribió Felisa Miceli, como funcionaria de segunda línea durante el gobierno de Fernando De la Rúa. Varios años antes de ser ministra de Economía. Antes también, paradójicamente, de involucrarse en la aventura de “Sueños Compartidos”.
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