El éxito de vender por goteo la ruinosa herencia kirchnerista
El 4 de junio de 2016, el entonces gobierno de Mauricio Macri difundió, a través de un folleto presentado por el jefe de Gabinete, Marcos Peña, un primer balance de la herencia recibida del segundo mandato de Cristina Fernández. Habían pasado seis meses desde el recambio presidencial.
El ex presidente, con el paso de los años, consideró aquella estrategia como un error. Su entonces principal asesor, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, consideraba que la sociedad estaba más dispuesta a escuchar expectativas de futuro que las malarias del pasado. Había una demanda de cambio anclada, sobre todo, en mejoras institucionales y transparencia de la democracia.
Javier Milei que, en ese aspecto, prestó mucha atención a Macri, parece haber diseñado una estrategia –quizás la única tangible— exactamente opuesta. La herencia kirchnerista se ha convertido en sus primeros 100 días de gestión en un hilo conductor. En torno al cual se van sucediendo sus invertebradas acciones de gobierno. Posee un valor adicional. No omite anomalías que endilga a otros sectores políticos. A nichos de Juntos por el Cambio, parte de cuya coalición se comporta asociada a La Libertad Avanza. La peor parte suele recaer sobre el radicalismo. Porque el enemigo que ha sabido construir con destreza desde la campaña electoral lo constituye aquello que denomina “la casta”. Ya llegará el momento, si llega, de separar la paja del trigo.
El Presidente cuenta con una ventaja inestimable respecto de Macri. Hubo una mayoría de la comunidad que en noviembre se expresó en el balotaje a favor de “un cambio”. Como sea. Sin reparar demasiado en detalles. De allí que la apelación a la motosierra espantó menos de lo imaginado. Su tarea contó además con otro sendero allanado: no tuvo que explicar demasiado la catástrofe económico-social dejada por Alberto y Cristina Fernández, en tándem con Sergio Massa, hecha carne entre la gente. Los primeros escándalos de corrupción venían siendo ventilados desde los tiempos de Macri. Sobre todo, los juicios contra Cristina, con un pedido de prisión de seis años por favorecer con la obra pública a Lázaro Báez. Vértice de toda la historia de la oscura maquinaria kirchnerista de casi dos décadas.
Milei tuvo hasta ahora dos momentos públicos culminantes. Su discurso de asunción, recordado por haberlo hecho de espalda al Congreso. La apertura el primer día de este mes de las sesiones ordinarias del Congreso. Donde la forma le ganó de nuevo al fondo: se montó para hablar en un atril, dejando detrás suyo las figuras de la vicepresidenta, Victoria Villarruel, y del titular de la Cámara de Diputados, Martín Menem. En ambos habló sobre la herencia, económica y delictiva. Pero estuvo lejos de conformarse con eso.
Casi no ha dejado bache entre un día y otro, de los 100 que lleva desarrollados, sin denunciar irregularidades (muchas graves) halladas en la estructura del Estado. No se metió nunca con las causas de Cristina. Tampoco se ensañó con Alberto cuando una revelación de Clarín puso al descubierto un sospechoso sistema de seguros para organismos estatales ordenado mediante un decreto por el último ex presidente. A Massa sólo lo asocia al desastre económico. Pero el goteo de la herencia resulta siempre incesante.
Vale reparar en algunos casos recientes. Los miles de planes que recibían empleados públicos. Los viajes al exterior, en avión o barco, detectado ente aquellos beneficiarios. La cantidad muy imprecisa de comedores donde asisten miles de personas a alimentarse. La comida, quizás por la motosierra, no llega en el tiempo y las cantidades imprescindibles. Las irregularidades millonarias en el PAMI que la ex titular, Luana Volnovich, caratula como “puro cuento”. La denuncia contra el ex funcionario de Desarrollo Social y jefe del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, por haber beneficiado con $473 millones a la cooperativa de la cual había formado parte. Los malos registros contables de, al menos, seis universidades públicas. Todas tareas pendientes que deberá dilucidar la Justicia.
La estrategia habría incomodado, con evidencia, a sus objetores. Después del primer paro general a los 44 días, la Confederación General del Trabajo (CGT) cavila ahora con prudencia los pasos a seguir. La izquierda y los movimientos sociales demuestran menor recato aunque, en el fondo, estarían participando del juego que promueven los libertarios. No se pondría en duda el derecho del reclamo. Los cortes de calles y las refriegas forman parte, en cambio, de la saturación de un sector aún mayoritario de la sociedad que demandó en las urnas un nuevo ordenamiento del sistema.
Cuando la chispa amaga con apagarse, el Gobierno se encarga de atizarla. Milei sintió la amenaza en los últimos días de quedar atrapado entre una derrota y un conflicto. Asi fue interpretado el rechazo del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) en el Senado. También los rumores que arreciaron, a veces originados en la Casa Rosada, sobre discrepancias con Villarruel.
El foco pareció girar con celeridad cuando Milei y el diputado José Luis Espert resolvieron cuestionar a Axel Kicillof por su salvaje incremento tributario en Buenos Aires. El Presidente habló de una confiscación y un presunto atentado contra la propiedad privada. El legislador, siempre desinhibido, convocó a una “rebelión fiscal” de los bonaerenses. El gobernador se vió forzado a replicar. A asumir un liderazgo que no le calza. Exactamente lo que le convenía al Gobierno. Similar polémica se desató cuando el portavoz, Manuel Adorni, responsabilizó con antojo a Buenos Aires por la propagación del dengue.
Como son tiempos de vértigo, electrizantes, probablemente aquella provocación de Milei y Espert termine siendo consumida por el tiempo. O por algún otro episodio resonante. Lo cierto es que cualquier rebelión convocada desde el poder encierra una enorme temeridad. La misión del Gobierno es intentar ordenar. Nunca lo contrario. Menos de parte de una administración que lleva a cabo un fortísimo ajuste que incluye también verdaderos aumentazos de impuestos y tarifas.
La estrategia de revelar la ruinosa herencia K por goteo viene por ahora compensando, al menos a los votantes mileistas, la caída generalizada en la calidad de vida de los argentinos. Reflejada, en términos globales, en la inflación, la pérdida de empleo y el descenso de la productividad. También disimula la cantidad de improvisaciones políticas del gobierno y su debilidad objetiva en el plano parlamentario y territorial. Todo un gigantesco telón que nadie atina a adivinar si perdurará mucho tiempo o se recogerá súbitamente.
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