El fracaso de la justicia al pueblo vencido
El fracaso de la justicia al pueblo vencido
El 24 de abril próximo pasado se conmemoraron 109 años del genocidio armenio. Durante toda mi adolescencia y juventud fui parte de las marchas que cruzaban la Ciudad de Buenos Aires reclamando justicia y reparación. En todos los países que albergan la diáspora armenia se reedita un movimiento de pedido de reconocimiento de la catástrofe y su dolor. Una pregunta pertinente sería dilucidar el término diáspora. Quiero decir, si el nombre de la dispersión se ajusta a una culminación en el tiempo. Y me respondo: en la medida de que una población no pueda regresar a su suelo de origen, aún cuando sucedan las generaciones, sigue conformando una diáspora.
Pero hay un Estado, una Nación, la República de Armenia. Un país que no coincide en geografía con el territorio perdido y del cual miles de armenios fueron expulsados. La república que forma parte del concierto de las naciones sobrellevó los avatares de la caída de la Unión Soviética (de la cual era parte), su reconfiguración y la reconversión de límites en relación con los países vecinos. Acontece que luego de una guerra con Azerbaiján, en el año 1994, la nación recupera el enclave Nagorno Karabagh de población en su mayoría armenia. En dicha tierra ocurrieron los estallidos del año 2016, donde perecieron una gran cantidad de soldados. Y, más tarde, durante la pandemia, la guerra del año 2020 cuando se arrasó el territorio y se tomó cautivo el gobierno de la región, tiempo en que muchos varones quedaron mutilados y otros muchos, muertos. En esos días frenéticos, se echó a los habitantes y estos, dejando sus casas, sus iglesias y cementerios, se afincaron en Armenia según la documentación oficial de refugiados.
Ahora, el primer ministro de Armenia, bajo la promesa de paz en la región, ofrece firmar un tratado con el país vecino. Dicho acuerdo deja sin ningún efecto jurídico y político al anterior gobierno del enclave, buscando retrotraer las cuestiones limítrofes al tiempo soviético, es decir al año 1991. De modo tal que, en estos días, el propio gobierno de Armenia asume entregar cuatro aldeas, donde está asentado el pueblo, a la nación azerbaiyana.
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Un sinnúmero de demostraciones tuvo lugar a lo largo de Armenia, luego de que el primer ministro convocara a los residentes de los poblados a la casa de gobierno el día 29 de abril, con el fin de poner en acción la cesión de territorio. Cuestiones estratégicas como la seguridad de las personas, la salvaguarda de las vidas, los derechos y las propiedades quedaron sin resolver, según la sombría atmósfera que rodeaba a los asistentes. La falta de claridad frente a cuestiones de demarcación y delimitación de fronteras, puso a la oposición y a los ciudadanos en una alerta máxima. La fracción contraria al gobierno rechaza la propuesta y exige lealtad al límite territorial adoptado el 24 de septiembre del año 1993.
El presente artículo no pretende analizar ni las causas de la guerra entre Armenia y Azerbaiján, ni sus efectos. El punto de observación es el concepto de memoria y su operatividad, su competencia, su eficacia, su vigor.
Finalizado el mes de abril, entrando ya a cursar los ciento diez años del genocidio armenio, la pregunta que nos sacude es: ¿qué efecto tiene la memoria para el pueblo derrotado?
Inspirados por el trayecto que adquirió la rememoración en el siglo XX ante las catástrofes de comunidades, que desarrollaron una posición de triunfo, ya sea por el devenir de la historia y sus vicisitudes políticas, o porque fueron apoyados por naciones vencedoras; hacer memoria fue la bandera que desencadenó la reivindicación y el pedido de justicia. Pero, planteo nuevamente la pregunta: ¿de qué sirve la memoria a una tierra vencida?
Occidente se consolida sobre una literatura ilustrativa. Aunque los poetas se afirmen bajo el poder de los anales de las crónicas, Clausewitz, el teórico de las guerras, dice que en historia, manda la geografía. Mahmud Darwish, el poeta palestino, se anunciaba como un poeta troyano, privado de dejar huella de su derrota y privado del derecho de proclamarla. Él afirmaba que aceptaba el sometimiento, pero no la rendición, así se constituía como parte de un pueblo que podría desparecer del mapa, pero no de la historia, escribía.
Desventurados, los esfuerzos como los de los troyanos, poetiza Kavafis, escritor griego originario de Constantinopla. “Llora la memoria y la pasión de nuestros días. Amargamente Príamos y Hécuba lloran por nosotros”.
Eurípides da un tratamiento diferente a la injusticia y la venganza entre los ciudadanos, que entre el ciudadano y el o la extranjera. Las Erinias, esas furias que buscan la sangre, por el artefacto del proceso devenido Ágora, se convierten en las Euménides (las Benevolentes). Es decir, no son expulsadas de la ciudad, sino que son integradas luego del juicio.
Sin embargo, Hécuba, la troyana, la reina esclava extranjera, es convertida en una perra y enterrada en el Cynosema (el sepulcro de la perra). Eurípides sitúa la acción en Tracia, hoy Galípoli, Turquía. Hécuba había matado a Polimestor y a sus hijos, luego de arrancarles los ojos. Recordemos que Polimestor, rey de Tracia, había acabado con la vida de su hijo Polidoro. La degradación a la animalidad de Hécuba adviene en la tumba un signo, una señal para los marinos. Sin embargo, en Ovidio, la muerte no acaba con la pena de la reina, ella debe continuar su vida, sin hijos, sin marido, sin ciudad, como esclava, esta vez, como perra. La transformación, la metamorfosis ocurre en cabeza de una vengadora extranjera.
Cuando los hijos son sacrificados y la reina es tomada cautiva y esclavizada (el caso Hécuba) lo que se escucha es un ladrido. El reparto de las mujeres troyanas en “Las troyanas” puede leerse como esa distribución del botín de guerra. La tierra, que siempre es representada como una mujer, es ofrecida, y no hay memoria que salve la conquista del vencedor.
¿Acaso suceda con la diáspora que, por definición, no tiene un lugar donde volver, en caso de pertenecer a un pueblo vencido alce una voz que solo pueda convertirse en aullido, en monumento, en piedra?
*Escritora.
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