Capitalismo de mercado – LA NACION


Es sorprendente que los críticos a la política económica actual del Gobierno no hayan dedicado suficiente tiempo a elaborar un análisis profundo sobre la propuesta conceptual teórica del capitalismo de mercado. No me ha sido posible leer ningún escrito donde se desarrollen argumentos sólidos que confronten esta nueva economía capitalista inspirada en la famosa Escuela Austríaca del siglo XIX. Por ello considero conveniente exponer mi interpretación de algunas creencias básicas de esta escuela para que sus oponentes las evalúen y las refuten o no de un modo intelectualmente serio.

El capitalismo de mercado consiste en empresas privadas, dueñas de los medios de producción, que compiten libremente en el mercado para vender sus productos a consumidores que pagan voluntariamente el precio requerido. No existe ningún tipo de coacción estatal para vender o comprar a un cierto precio. Los consumidores son los que deciden si compran o no a una cierta empresa de acuerdo a la calidad del producto y a su precio. El consumidor es soberano en el sentido que es quien elige libremente qué comprar y a quién le compra. Las empresas son quienes ofrecen su producción a un cierto precio destinando lo obtenido a pagar a sus obreros, a sus jefes, al uso del capital y eventualmente un remanente que es la utilidad, al dueño de la empresa. El pago a obreros, a los jefes y al capital es según la productividad marginal de cada uno de estos tres factores productivos. Así se distribuye lo obtenido en el capitalismo: estrictamente según la productividad; más una eventual utilidad vinculada al riesgo empresario. Dado que es el conjunto de los consumidores quienes convalidan el precio de los productos en el mercado, son ellos quienes establecen finalmente el precio de cada productividad, o sea: el salario de los obreros, de los jefes y del uso del capital.

La crítica clásica del progresismo al régimen capitalista de mercado se refiere fundamentalmente a cómo se distribuye lo producido entre lo que reciben los obreros y lo que recibe el que aporta el capital. A la distribución de acuerdo a la productividad del capitalismo se la considera moralmente injusta y se propone una redistribución más a favor de los obreros y de los que ganan menos. Para corregir la distribución capitalista normalmente se usan impuestos de diversas características y regulaciones, todo orientado a redistribuir desde los que ganan o han ganado más a favor de los menos favorecidos. Un economista que se ha hecho famoso últimamente señalando la desigualdad de ingresos en el mundo y proponiendo mecanismos de redistribución es un francés, Thomas Piketty. Recomienda impuestos progresivos a las ganancias y al patrimonio. Piketty señala como muy injusto y aleatorio que en este capitalismo de mercado mientras mayor sea el número de los que ofrezcan una cierta habilidad, una cierta productividad, menor sea su remuneración.

Para la Escuela Austríaca no respetar la distribución de ingresos calculada según las productividades de cada factor valuadas en el mercado por el conjunto de los consumidores es moralmente un robo. Este robo se concreta a través de impuestos que fija el Estado en forma diferencial modificando así la valuación de las productividades que hizo el mercado. Un robo estatal que tiene graves consecuencias. El sistema capitalista de mercado es un mecanismo de incentivos a la producción, al ahorro y a la inversión. Esta palabra, incentivos, es clave para entender el éxito productivo del capitalismo. Los ejemplos espectaculares de Estados Unidos, Europa y curiosamente de China, desde que introduce parcialmente el mecanismo de incentivos capitalista, son la prueba histórica contundente. Disminuir vía impuestos o regulaciones lo que el ciudadano recibe por su productividad es quitar incentivos para producir más, con mayor perfección, para estudiar, para perfeccionarse, para ahorrar y sobre todo para tomar el riesgo de invertir. Y sin inversión no se crece, no aumenta la producción, no aumenta el salario, no se elimina la pobreza.

Un original invento argentino progresista ha sido utilizar y abusar del impuesto inflacionario. Receta: agrandar el gasto estatal para conseguir votos o para subsidiar a los que no consiguen trabajo por falta de inversión y financiarlo imprimiendo billetes. Una receta económica absurda: desaliento la inversión, creo pobreza y lo arreglo con inflación. El gobierno de La Libertad Avanza si algo tiene exageradamente claro es nunca usar el impuesto inflacionario. Su objetivo irrenunciable: achicar al máximo el gasto público, al Estado, y confiar en el capitalismo de mercado como mecanismo de incentivos que incremente la producción, enriquezca a todos y elimine finalmente nuestra lamentable pobreza. No es una idea nueva, se inició en Austria por Karl Menger a fines del siglo XIX.

Presidente Partido Demócrata

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